miércoles, 16 de diciembre de 2009

Aburrición.

Las escaleras ascienden en su latitud y longitud exactas. Con sus pasos llevan, no obstante, a otro lugar. Nada falta en la nevera, ni en los armarios, ni en la biblioteca, ni en el baño. Nada sobra en los bolsillos; todo falta. Nada en la voluntad. Nada sobre el escritorio del segundo piso. El tiempo, que es blando, se escurre difícil en cada movimiento, en cada visión. Después de la ventana y la calle, donde los buses permanecen con su estruendo pasajero, la garúa y un hombre que en el paradero toca en violín alguna de las suites para cello de Bach. El estuche en el piso no recibe ninguna moneda, se conforma con el salivario de lluvia que le dejan las llantas de los buses. Nadie ha pasado por allí, pero el hombre continúa en repeticiones infinitas el mismo movimiento. La garúa cesa para convertirse luego en un verdadero aguacero, que termina rápidamente. El hombre sigue y nadie pasa. En el estuche nada la esperanza de algún dinero. Ese hombre y esa música parecen un monumento. Se acerca un pastor alemán gigantesco, y sería lindo que mordiera, que orinara, que se quedara muerto enfrente del violinista, que lo aplaudiera, que le botara una moneda. Pero no, pasa con una miradita de reojo, como corresponde a un perro. Todo es de una aburrición ingobernable. Aunque nada de convencional tiene un tipo parado en una esquina tocando Bach en medio de la lluvia y la soledad de transeúntes. Pero este tipo lo hace con una determinación tal que parece que solo pudiera hacer eso. Su destino trágico es estarse ahí, como Sísifo en la colina. Muchos buses después se acerca una anciana de bastón, guantes y pasamontañas. Se queda mirando al violinista. Hace un gesto para que un bus pare. El bus se detiene obstruyendo la perspectiva que se funda en la ventana. Y ojalá sea el violinista el que se suba al bus, ojalá sea una parada equivocada y a los dos les toque seguirse así, ojalá ocurra un choque, un infarto, una desbandada de pasajeros. Sin embargo todo ocurre como debe ocurrir. Una vez el bus ha partido se puede ver al violinista que sigue y seguirá, la anciana se ha ido y en el estuche flotan algunas monedas que brillan gracias al sol que comienza asomarse. Bach nunca termina. Todo como debe ser. La aburrición es la conciencia de la fatalidad. Las escaleras de caracol, hacia abajo, repiten las mismas coordenadas en diferente altura.

ESTEBAN GIRALDO.

FOTOGRAFÍA: CARACOL EN EL ARCO DEL TRIUNFO, JUAN FERNANDO MEJÍA.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Hemos Escuchado y oído.

El pasado jueves 3 de diciembre presencié la combinación de tres generaciones rockeras de la ciudad de Medellín. El lugar, Berlín Bar, las bandas (en su orden de aparición) Mr.bleat, Federico Goes y Matute; de esta manera comenzaré la imagen de lo que para mí fue uno de los conciertos más contundentes del presente año en esta ciudad.

La noche comenzó con la presencia imponente de 4 jóvenes músicos, Mr.bleat, los cuales a pesar de su corta experiencia en vivo logran establecer puntos álgidos en la interpretación de su música. Su sonido tiene mucho material actual, donde es fácil de reconocer los referentes que ellos mismos plantean en su página de myspace (www.myspace.com/mrbleat) y a los cuales no me referiré en este escrito. Sobra la invitación a buscarlos y a establecer cada uno su punto de vista. Pero bueno, para no irme por las ramas, pretendo tratar de reseñar un concierto en vivo, lo que para algunos es una tarea inoficiosa. Volviendo al sonido de Mr.bleat, podría decir que la utilización de fuertes riffs de guitarra, una apropiación de las herramientas tecnológicas (beats, secuencias, sintetizadores), baterías con un tono “roboticobailable”, establece una gran fuerza en el Groove, y en la continuidad de cada una de sus canciones; porque, si bien es una banda con fuertes influencias rockeras, sus pretensiones están sujetas al pop (entiéndase pop NO como un género, sino como una tendencia cultural y artística), y qué más pop que tener melodías reconocibles, afables y pegajosas, donde el texto es una excusa sonora para lograr una buena canción, tan difícil de lograr en estos días. Otra cosa muy difícil de lograr en estos días es encontrar una voz que sea fuerte y ligera, una voz que haga vibrar al público sin artimañas ni poses; ésta es la última pero no menos importante de las cualidades que tiene esta joven banda de la ciudad.

La siguiente banda o proyecto estuvo a cargo del “muchacho” Federico Goes (www.myspace.com/federicogoes). Sobre él ya me había referido, o bueno, sobre su más reciente disco: Madera; en ese escrito manifestaba mi gran interés en escucharlo en vivo, fuera de la mpc, el moog y el sable. Y ¡qué grata sorpresa me encontré! Goes estuvo acompañado de Jose Pablo en el bajo (conocido como Chepe Paco, vocalista y líder de Matute, personaje metido entre consolas y cables en el estudio La Finca) y Adán Naranjo (baterista y señor, del señor Naranjo). Su interpretación del álbum Madera estuvo apoyada por una fuerte entrega en la guitarra, realizada por él mismo; personalmente, es muy grato escucharlo tocar guitarra, pues creo que es el más grande de sus logros como músico. Ah y se me olvidaba -como Goes mismo nombra- "el maestro en la guitarra", Fernando Tobón (Toby, guitarrista actual de Juanes, nuestra estrella pop, entiéndase aquí pop como un género). Fue sencillamente extraordinaria su aparición en el concierto, su sonido y la entrega que revelaba al interpretar las canciones de Federico Goes.

Para terminar la noche, escuchamos al mismo formato de músicos, pero esta vez con un ligero cambio de papeles: Jose Pablo intercambió el bajo con la guitarra de Goes. Ahora con Jose Pablo al frente, comenzaron lo que él mismo dijo, “eran canciones escritas hace más de cuatro años, y que desde eso no tocaba en vivo”. Matute (www.myspace.com/matute) fue un proyecto que tuvo varios cambios en su formación, y que a pesar de su cortas presentaciones en vivo (hace 4 o 5 años) siempre me pareció bastante avanzado para lo que sonaba en la ciudad; estableciendo una dirección diferente (pero no contraria) de la tradición rockera de Medellín. Espero con ansias que Jose Pablo cumpla la promesa de grabar y sacar a la luz este trabajo discográfico, confío en lo que escuché y creo que es algo que puede oxigenar nuestro panorama sonoro.

La música en la ciudad de Medellín está tomando fuerza otra vez, tal vez sea la aparición de más espacios para conciertos, tal vez sea que las generaciones se están renovando o simplemente sea algo en el aire. Me encanta estar en este proceso y poder asistir a tantos conciertos, pues es allí donde la música realmente está viva.

Por ahora me despido, pero ojalá pueda volver a escribir sobre un concierto como éstos en la villa del señor, la tacita de plata o la ciudad de la eterna primavera (así esto no parezca primavera sino a ratos un infiernito caliente).

JOSÉ GALLARDO A.


viernes, 4 de diciembre de 2009

Perder las esperanzas.

La sangre y la lluvia.
Jorge Navas, 2009.

Como no he perdido del todo la buena fe –sigo siendo ingenuo–, entré al cine con la esperanza de ver una buena película. Apelando a lo visto no habría por qué dudar del director de Alguien mató algo, ese corto ya consagrado y todavía entrañable.

No obstante el ímpetu se desinfla casi antes de ver el título de la película. No se trata del realismo seco de los hermanos Dardenne, ni de la estilizada y dramática puesta en escena de Gus Van Sant. Y aunque sea excesivo y arbitrario intentar una comparación así, lo de Navas en su modestia camina entre los dos. Pero se queda en eso: camina, anda, rueda. Nada más. No va en la dirección de una verdadera dirección: patina. Un guión lleno guiños insuficientes. Una puesta en escena convencional. Una música que está por estar (aun cuando la protagonista parezca insistir en su importancia). Unas interpretaciones sin grandes reparos, sin grandes méritos. Unos diálogos forzados, al borde de ser inverosímiles. En fin, nada verdaderamente chocante (made in Colombia). La película pasa.

Calificar La sangre y la lluvia de acontecimiento cinematográfico, o decir de ella que es un retrato de la noche bogotana, o que se trata de una reflexión sobre la violencia o la soledad, parece cuando no un despropósito por lo menos una exageración. Y justo de ahí venía mi entusiasmo antes de entrar a la sala de cine, porque todo eso habían dicho del primer largo de Navas.

Pero no, ya aprendí. A cine es mejor entrar después de haber perdido las esperanzas.

ÓSCAR LACLAU.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Avanzar hacia atrás.

http://www.youtube.com/watch?v=j0T1xPnJIyY

El oxímoron es un recurso vilipendiado por los amantes de la lógica, pero amado por los que sabemos que este mundo vilipendiado hace mucho que no es lógico.

Basta con pensar en la reacción de la FIFA ante la legítima petición de Irlanda de repetir el juego que perdió ante Francia gracias a un gol ilegítimo de Gallas, a pase de Henry, que había controlado el balón con la mano justo en la raya final. Me cuentan que hubo disturbios a la salida del Stade de France. Los irlandeses, que desde temprano deambulaban por el Barrio Latino con inmensos vasos de cerveza, debían tener la sangre caliente cuando se produjo la jugada que hoy divide a Francia entre la vergüenza y el escepticismo.

“Es un escándalo, una vergüenza con mayúsculas”, dijo indignado Thierry Roland, uno de los relatores de fútbol más conocidos en Francia. Pero esta señal de sensatez y justeza no es la pauta general en el país de los Derechos del Hombre. El propio Henry resolvió el dilema ético con un recurso de bandolero: “Fue mano, pero yo no soy el árbitro”. En caliente, la estrella del Arsenal y del Barcelona había celebrado el gol a rabiar, corriendo por todo el campo de juego, sumándole ridiculez a la estafa. Parecía un escolar celebrando a fin de año el fraude que le permitía pasar al grado siguiente. Y lo peor: se sienten genios haciendo trampa.

La cosa está de moda, y en todas las latitudes. En un país suramericano, esta actitud ha sido asumida por militares condecorados que hablan de su compromiso con la seguridad de los ciudadanos. Luego, como hacen las cámaras con Henry, se descubre que los enemigos que habían abatido eran civiles que desaparecían en sus lugares de origen y resultaban enterrados al otro lado del país como “muertos en combate”. Ya que hablamos de manos, cuentan que a uno de estos casos lo encontraron con un fusil en la mano derecha y sus familiares aseguraron que era zurdo. Y que tenía, además, Síndrome de Down. Y lo peor: se sienten genios haciendo trampa.

En fin, el que sí puso la mano que era fue Henry. Puso la izquierda, porque la derecha habría evidenciado el fraude. Y así pasó, para mi sorpresa, al día siguiente de la patética clasificación de los bleu: “El dirigente de derecha Philippe de Villiers pidió a Domenech (técnico de Francia) que manifieste ‘públicamente’ su pesar ante Irlanda”. La izquierda no entiende por qué, si finalmente se logró la clasificación, hay tanto escándalo: “Somos un país extraño donde inclusive cuando nos hemos calificado, debatimos y estamos tristes”, estimó el socialista Manuel Valls.

Las declaraciones oficiales de la FIFA, decía, son tal vez lo más vergonzoso del insuceso del miércoles pasado. A Irlanda le respondieron con una leguleyada que nada tiene que ver con el espíritu deportivo y que insulta la inteligencia de quienes vimos, en todo el planeta, la fraudulenta mano de Henry. “El resultado del partido no puede ser cambiado y el partido no puede volver a jugarse. Como se menciona claramente en las reglas del Juego, durante los partidos las decisiones son adoptadas por el árbitro y esas decisiones son definitivas”. Toda la tecnología, las cámaras de Alta Definición, los siete ángulos que se conocen de la jugada, no valen un centavo ante el pensamiento salvaje de artículos e incisos que esgrimen los ancianos de la FIFA. Si el fútbol es un espejo del mundo, no es extraño que esta utilización de las normas en favor del tramposo le procure condecoraciones a nuestros mandos militares. También en ese caso se conoce la verdad, pero se prefiere avanzar hacia atrás.

PABLO CUARTAS.


jueves, 19 de noviembre de 2009

El otro, el orejón.

Entre el arquero con cola, el recurrente gigante y el caricaturesco acéfalo, destaco este ser que con sus grandes orejas se provee de lecho y cobija. Los cronistas lo habrán visto pasearse por los libros de caballería y luego, con la imaginación que hace falta para llenar un nuevo mundo, se pudo avistar, tal cual, entre los extraños habitantes de América. Por optimista me quedaría entonces con el homo fanesius auritus, el orejón (sin armas, ni tamaño excesivo, de figura inofensiva y simpática), pero no se trata de ser optimista, simplemente ante la idea del desconocido, la imaginación de un hombre, atizada por sus prejuicios, se inclina a lo monstruoso, a lo grotesco.

No albergamos la idea del otro y lo poco que conozcamos está mucho más cerca de este ser desconocido que somos que de ese ser desconocido que es. No entiendo, con semejante tipo de premisa, cómo se sostienen las relaciones humanas. En el fondo somos abismos semejantes por lo complejos, pero inconciliables el uno con el otro. Intentar conocerlo es un caso perdido y no intentarlo es imposible. Al final, aunque el del frente es un ser esquivo, se hace necesario contemplarlo, ver cómo muta, considerarlo, reconocernos en el supuesto punto de semejanza que nos hace humanos, es decir, saber simplemente que existe otro abismo.

Podría entonces pasarse por alto la cuestión y en efecto no valer de nada este escrito, y cada nuevo día despertarnos al lado de ojalá una figura simpática y monstruosa, desabrigarnos todavía somnolientos de su oreja calurosa, sin hacerle daño, curiosear un poco en ella, acariciarla mientras despierta, decirle muy buenos días, darle un beso, caminar hacia el baño y ver al frente, en el espejo, el Gregor Samsa de turno.

CAMILO GIRALDO.

jueves, 12 de noviembre de 2009

V.

Medellín es un valle.

Un valle es una uvé. “V”. La misma letra con la que empieza la palabra “valle”.

En el vértice un río. En los costados “faldas”, como le decimos en Medellín a las lomas que con dolor en las pantorrillas sufre el que quiere subirlas.

La ciudad nace en el justo centro del río. Nacimiento inundado de sangre y de mierda que la corriente no termina nunca de llevarse hasta el mar.

Y mientras más lejos estés del río más lejos estás de la verdadera ciudad. Y más cerca de la guerra. La guerra –eso creía– viene de la parte de arriba de las montañas. De las comunas. Como el agua que corre después de la lluvia.

Nosotros vivíamos en un barrio cerca al río, cerca del mundo, a distancia prudente de la guerra. Sin embargo, a pocas cuadras, subiendo las faldas, comenzaban a verse los graffitis. “Milicias”. “Fuera sapos”. Siglas que ya no recuerdo. Lejos, muy lejos de mis pasos de niño.

Recuerdo, con terror, cuando los graffitis comenzaron a estar cada vez más cerca. La guerra se despeñaba por las laderas. Recuerdo las amenazas. Las letras “Milicias Urbanas” sobre el blanco de la esquina de mi casa. Y en las noticias bombas. Y en la noche el toque de queda. El desolado habitar de nuestro valle.

La noche que vi el letrero no pude dormir. Sentía botas que recorrían mi calle, mi casa, que llegaban a mi puerta. El eco traía hasta mis oídos ruido de ráfagas. Recuerdo que llovió. Llovió toda la noche. El agua corrió falda abajo.

Al final, y lo peor es que uno termina acostumbrándose, la violencia terminó por arrinconarnos a todos en el vértice, en el río, donde llega todo cuando llueve para ser arrojado a la nada del abandono y el olvido.

El vértice donde nace la uvé con la que comienza la palabra “violencia”, y que está en medio de la “M” de Medellín.

ESTEBAN GIRALDO.
FOTO: EL ESPECTADOR (LUIS BENAVIDES)

viernes, 6 de noviembre de 2009

El barrote.

No debió haber escuchado a Marcos con tanta atención, pero al advertir que le podría pasar lo mismo quiso adelantarse a los hechos.

- Se siente como si alguien te enterrara un barrote justo aquí –Marcos clavó un par de dedos en la boca de su estómago -, pero no termina, te atraviesa al otro lado, por la espalda, y se queda meses, años quizá.

Le pareció curiosa, tal vez chistosa, la descripción de su amigo, pero toda la noche sintió los dedos punzantes.

Llegó el día. Se negó a llevarla al aeropuerto; sólo fue a su casa y con un beso húmedo dio fin a la despedida. Caminó para disipar la amargura. Cuando volvió la cabeza por última vez sintió, muy agudos, los dos dedos. Se pasó la mano con miedo de tocar la zona afectada, se acercó lentamente a ella hasta que le pareció ridículo. Siguió hacia el paradero de buses; quería llegar a casa. No sólo la idea del barrote se hizo patente a pocos metros del bus, el dolor cruzaba ahora su espina dorsal y caminaba un poco inclinado, con esfuerzo. La gente lo miraba aterrorizada y se preguntó si sería conveniente subirse al bus cuando podría escandalizar al conglomerado con semejante herida, chuzar los niños con el barrote, golpear las viejas, atascarse en la máquina registradora. Un taxista paró sin que él hiciera señales, se sentó de medio lado en el carro con la idea de no estropear el espaldar.

Llegó a su casa. Viendo la lividez de su hijo y conociendo las razones, doña Doris preparó un suculento consomé de pollo. Lo encontró retorciéndose en su cama, sujetándose el estómago y el alma con los ojos cerrados, le ofreció el plato que fue rechazado… entonces lo dejó en el escritorio como un consuelo. Él estaba en posición fetal, de modo que el barrote no tocara la cama para evitar que la herida se abriera más o se lastimara. Miró inapetente el consomé. Cómo se le ocurría darle de comer siendo evidentes las circunstancias: ¡el hierro justo por donde pasaba la comida! Volvió para azuzarlo: que se comiera el consomé, que se iba a enfriar y que dejara la bobada –acariciando al joven herido con la mano que olía a pollo-. Comió en el borde de la cama, la primera cucharada tibia la sintió ardiente al pasar por el barrote, la segunda se le atoró antes de llegar pero logró digerirla embocando la tercera. Terminando el consomé ocurrió lo temido: con una mano en el barrote, sosteniéndolo; y la otra en la boca, conteniéndola, intentó inútilmente atinar en el retrete. Luego durmió.

Lo despertó la sangre a la altura del pecho y ni así pudo sobresaltarse. Se dirigía al baño con el amargo de la bilis todavía en la boca y un coágulo que rodeaba el hierro. Encontró la nota con la que constató que su vida no había terminado, que la vida continuaba: Hijo, tuve que salir. Limpias el retrete y las sabanas ensangrentadas.

jueves, 29 de octubre de 2009

Mea culpa.

Quizá la palabra adecuada sea largaste. Te largaste sin siquiera despedirte. Luego de correr tras tus pasos, sentado en la puerta, acurrucado y sin ganas de entrar a nuestra casa sé que estás escribiendo: “debe estar tirándosela”.

Más que un ataque de celos te mueve un afán narrativo. Describirás milímetro a milímetro la raíz de mi sexo, hablarás de curvaturas y de ritmos, de mis pequeñas idiosincrasias, y te imaginarás absurdamente el talle en el ahora crees que estoy enredado. Dirás mis palabras. En el cuerpo de otra magnificarás mis dotes de compañero cansado, aburrido. Tal vez sientas el mismo deseo que yo al suponerlo: la respiración quebrada de una mujer en el borde abisal de su cuerpo.

Cuando escribas mi desfallecimiento terminarás, sin haber derramado una sola lágrima.

Sé que he motivado tus sospechas, tus decepciones de diario íntimo (del que trato de memorizar hasta las faltas de ortografía). Entonces es una culpa inconcreta, quedando justificada la indiferencia o la huida.

Y ahora, ante la puerta, esgrimiendo la llave, como si de una navaja se tratara, sé que no ha ocurrido, nunca, que tu diario es una pura ficción, pero sé también que lo has escrito. Y ya consignado en tu cuaderno de días no me queda más que asumir la culpa.

jueves, 22 de octubre de 2009

Crónica de Lenguanegras.

Pocas veces puedo decir con certeza que el sonido de una banda es único.

Esta es mi humilde apreciación, luego de haber escuchado y escuchado y escuchado el disco Lenguanegra de la banda Parlantes; el cual fue lanzado en un concierto donde la puesta en escena de imágenes, luces, escenografía, y por su puesto la música puso a vibrar las paredes del teatro Lido de la ciudad de Medellín.

Lenguanegra recoge sonoridades cercanas a la salsa, el rock, el reggae, el tango y la cumbia, logrando potencializar con fuertes melodías los textos del único burro poeta: Camilo Suarez. Para lograr esto, los Parlantes tiene en su haber viejos lobos de la escena local: Pedro Villa en el Bajo, Alfonso Posada en la batería, David Robledo A en la percusión, los siameses temporalmente separados Freddy y John Henao en los teclados, y por último a Jose Villa Lenis en la guitarra.

En momentos donde se habla de la desaparición del CD físico, Parlantes nos brinda una propuesta donde el texto y lo grafico logran un objeto de recordación para el oyente. Material adicional inspirado en Lenguanegra y materializado por escritores y artistas amigos de la banda.

Por último les sugiero que escuchen y se pongan en contacto con ellos para obtener Lenguanegra, puesto que es un producto de carácter independiente como varias de las buenas cosas en la vida.

http://www.myspace.com/parlantes

P.D.: El primer párrafo de este escrito es dedicado a mi madre, Migdoriam Arbeláez A.

JOSÉ GALLARDO A.

viernes, 9 de octubre de 2009

Juvenal Arizabaleta.

Recordó la culpa. En la sala de redacción y con el sobre de la citación en las manos, reinventó el nombre y revivió lo que había inventado, la farsa que había borroneado de afán, a la hora de cierre de edición para poder salir con aquella practicante de senos pequeños, dientes grandes y una cintura que prometía verdades absolutas. Magdalena Santos, se llamaba, y por eso del amor –o algo así– se había convertido en su novia, en su concubina, en su esposa, en su mujer –qué carajos–. No pudo, sin embargo, dejar de repetirse el nombre que se le había ocurrido aquella vez: Juvenal Arizabaleta, Juvenal Arizabaleta. ¿Quién diablos podría llamarse así?

De ese nombre había escrito que, “vecino del barrio, es insistentemente acusado por testigos oculares como el asesino de”. El homicidio, en efecto, había tenido lugar. Se trataba de una mujer, pero no pudo recordar el nombre. Recordó, en cambio, el titular a cinco columnas, con toda su crónica, con toda su tramoya. Y la culpa a la que olía su cuerpo.

Ahora lo citaban al juicio de un tal Juvenal Arizabaleta. O bueno, a la condena de un tal Juvenal Arizabaleta, que ya se había declarado culpable de asesinato. El seguimiento del caso, claro, lo obligaba a asistir.

Llegó y se hizo aparte, escondiéndose. Al momento de entrar a la sala semivacía el enjuiciado se le acercó, pidiéndole al guardia que lo dejara un segundo, que era amigo del periodista y que quería decirle algo importante. Asustado, aguardó a que ese Juvenal Arizabaleta se sentara a su lado, y escuchó que en un susurro le dijo, casi soñador: “yo a vos también te inventé, te nombré en alguna parte”. Luego, turbado, asistió a un juicio cualquiera, de abogados vencidos y condenas anticipadas.

Al final el reo Juvenal Arizabaleta, un mulato gigante que viéndolo bien no tenía cómo llamarse de otra manera, pidió la palabra y dijo: “quisiera reconocer otra cosa, si se me permite”. Y entre la pausa de expectativa y de rigor, lo miró. Después, sereno, dijo: “También maté a Magdalena Santos”. En medio del estupor de jueces, fiscales y defensores sin defensa, a él le pareció imposible, porque esa misma mañana la había dejado en casa, radiante, igual de hermosa. Sin embargo al rompe agarró su teléfono móvil, buscó el contacto “Magdalena” –que tenía una muñequita al lado– y llamó con unas ansias para las que no encontró adjetivos. Esperó. Y nadie al otro lado. Nadie al otro lado de la vida. Y la culpa.

Vencido, aferrado a una esperanza que a esas alturas le parecía absurda, agria, necesaria, negra, sofocada, triste, vergonzosa –ahora sí tenía adjetivos– y arcana y líquida y visceral y, por fin, culpable, escribió en su libreta: “Magdalena Santos está viva”.

***

De Juvenal Arizabaleta se sabe que, en su celda, no para de decir nombres.


ESTEBAN GIRALDO.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Los estereotipos Esmeralda.

“Sobre el nuevo disco de Trópico Esmeralda: Estereotipos”

Hace poco terminé de leer un libro de Luis Ospina (cineasta Colombiano) donde en un capítulo hablaba del secreto más guardado del arte Colombiano: Pedro Manrique Figueroa: precursor del collage, técnica/estética que me causa gran fascinación, pues permite empegotarte de un montón de cosas mientras haces otras. Esta “cosística” sonora, es la que he encontrado en la obra de los Trópico Esmeralda, proyecto audiovisual liderado por Juan Fernando Ossa y Juan Fernando Gaviria que desde sus inicios demostraron recrear el paisaje de ramas y cables con su propia señal.

Estereotipos, su último trabajo, está publicado para descargar gratis en www.tropicoesmeralda.com, y a diferencia de sus álbumes anteriores, este tiene un contenido sonoro nuevo: la voz, la cual nos permite escuchar una reinterpretación de lo que comúnmente llamamos canciones, tanto desde la formalidad musical como desde la capacidad de producción sonora involucrada en cada pieza.

Los textos refuerzan el gran contenido programático o extra musical que siempre ha estado presente en dicho proyecto y que consolidan más esta propuesta que más que ser audiovisual, es interdisciplinaria.

En el disco podemos disfrutar de un paseo por esos lugares inimaginables que contienen lo que algunos llaman realismo mágico colombiano, parajes donde el Mareol, las estrellas en la arena y el guaro envenenao solo podrían ser posibles.

Este collage tiene como ingrediente adicional la participación de una gran cantidad de músicos invitados de la ciudad de Medellín, los cuales sin importar su tradición interpretativa (jazz, salsa, rock, música clásica, música electroacústica, música colombiana), se unieron en un proyecto que fue recopilado entre los años 2006 a 2009.

Para terminar entonces, les recomiendo que busquen éste y sus otros discos en:

www.tropicoesmeralda.com

JOSÉ GALLARDO A.

viernes, 4 de septiembre de 2009

La filosofía.

La filosofía como es conocida; abarcada en los estantes olvidados de las bibliotecas; o relevada por los libros que fueron películas hechas en base a otros libros; o por libros sobre vidas que parecen películas, no puede acabarse jamás. Ella es el organismo vivo que se adapta a los cambios de la humanidad pero sigue manteniendo un núcleo esencial: la dialéctica eterna, la controversia infinita y todas las palabras que contengan la raíz “contra”. La filosofía, “madre de la ciencia”, es una vieja terca de trapero en mano que se niega a abandonar una discusión por el solo hecho de obtener la última palabra. Sí, la filosofía es como tu tía solterona, o como la señora que no se ha bajado la moña y el ciclista a las siete pm.

Si la filosofía, por alguna razón inesperada y encontrada al azar, empieza a dejar cosas en claro, a dejar aserciones, a proponer positivamente; ella dejará el trapero y se sentará frente al microscopio, para convertirse en aquella señora madurada viche que es la ciencia. Se revolcaran los santos filósofos canónicos… bla bla bla pero como les dice un demonio “la crueldad es una manera para crear memoria en el hombre”. Y cómo no se revolcarán si las damas más “respetables” muchas veces son las más perecosas.

JUAN MANUEL GIRALDO.

viernes, 28 de agosto de 2009

N.


Imperativos potentísimos a los que tengo que oponer el orgullo. Para callar sin mentir. Ocultar no es mentir, como no es falsa la obra de arte detrás del velo. El silencio no puede generar engaño, sino interpretaciones equívocas, estúpidas. Pero el ruido articulado es en sí estúpida y equivocada interpretación. ¿Qué podría ser lo bastante fuerte para horadar este silencio mío y no quedar con el remordimiento que produce la mentira y más que con eso con su inepta vaguedad? ¿Cómo contener mis ganas sin profanar el mundo, sin hablar, sin sufrir y seguir siendo yo en la ínfima coherencia que me otorgo? Ya se sabe que no es posible comunicar sin información y que comunicar es al principio y al final estática del pensamiento, lo otro son sensacioncitas desvaídas, puro drama –feliz o triste– que como una babosa aprehende alguno que quiere entender y que al final obedece, si el que balbucea es brillante. Entender, lo que se llama entender es tan ilusorio, tan accidental, como pensar en una mujer que pasa y querer llamarla y que ella venga y se quede y se esté bien y que eso pase tal cual uno se lo imaginó. Imaginar, es decir ver, pensar, no nombrar con letras una mujer que pasa y querer llamarla y que ella venga y se quede y se esté bien. Pero ni siquiera ver, pensar, es lo que dicen estas palabras “ver”, “pensar”. Es también ver al perro que pasó antes que la mujer pase, es saber del señor que contando sus monedas ha comprado un cigarrillo a la señora de gafas y bastón en su puestico azul de la esquina; es saber del cielo sucio, difuminado, confundiendo los grises sin corazón de los edificios en los que no vive nadie y en los que nadie trabaja pero que están ahí, justo cuando el que mira, el que piensa, está viendo, está pensando a la mujer que pasa. Imaginar es siempre el ejercicio doble de imaginar lo no imaginado porque la mujer se llama Tere, tiene piel de oro, pelo negro, rizado de madre selva hasta en las axilas que no alcanzan a ser cubiertas por una camisa lila de hombre con las mangas recortadas, las mismas que parecen servirle de medias o de algo que hay entre la piel y en el pie izquierdo un tacón y en el pie derecho una bota grulla talla 42 zurda, que la hace caminar chueco, y no le funcionan bien los riñones y tiene unos dientes podridos que resaltan el vociferante esplendor de un collar que no se sabe si es de brillantes o de gotas condensadas de sudor, atadas con hilillos de saliva de niño con hambre y futuro incierto. Mas ésta no es la mujer imaginada más arriba, la que pasa y se queda, aquélla se llama de otro modo y es hermosa. He ahí otro problema, ¿cómo hacer que otro entienda esa cosa arcana a la que se solicita con las siete letras ordenadas de “belleza”? ¿Cómo describirla sobre –bajo– ése parámetro? Ya que decir sus ojos son así y asá, huele a tal cosa, etcétera, sería mentir, herirla mintiendo, nombrarla, fuera de ver derrotado mi orgullo por su magnífico ser. Significante que esquiva su significado, al que por un lado no ocupa nunca completamente y, por el otro, al que no puede escapar sin pagar el precio de su propia desaparición. Entonces ¿qué pasa si la mujer se llama N. y uno no quiere decirlo y ella no viene y no se queda y no se está bien y no pasa tal cual uno se lo imaginó?

Agosto, 2004.

ESTEBAN GIRALDO


domingo, 23 de agosto de 2009

La lectura.

El hombre, en su indiscutible manía de hostigar con florituras lo que es simple y bello, ha hecho de la lectura (el acto de leer) un misterio excluyente que ha vacilado entre lo lúgubre, lo erudito y las poses forzadas. Lejos de la escueta definición de diccionario –que se me antoja más precisa- se han postulado nuevas acepciones que por saturadas y extraordinarias se muestran poco atractivas. Entre el libro y su lector todavía merodean, como moscas molestas, loas de piernas cruzadas, conciliábulos de fumadores gafufos y cursilerías para exhibir. Nada más espantoso para estas generaciones de la inmediatez. Habrá que despojar a la lectura de tanta pose absurda, y abogar siempre por lo simple del concepto.

CAMILO GIRALDO

jueves, 13 de agosto de 2009

He aquí mi muerto.

Monólogo del suicida.

Yace sobre mí. Si fuera necesario su cuerpo inerte me escondería. Ni siquiera las sombras aparecen, por falta de luz.

Todo estuvo bien preparado. El pegote se me agotó alistando un destino tan desconocido como inexorable. Al fin, está muerto.

Si no fuera por su celular que insiste en un repique dulce, casi grato, ya lo habría abandonado. Ese teléfono más que sonar, vibra. Siento el temblor, las convulsiones que se transmiten desde el bolsillo izquierdo de la chaqueta. Reemplazo inútil de latidos que igual lo reclaman para este mundo, no para esta calle donde está muerto. Muerto.

Sé bien quién llama con tanta urgencia… ya habrá leído la carta. La respuesta no llegará nunca: no contesto, no contestaré. No puedo. El inocente siempre pierde a la primera.

Espero. Para mí mismo ya llegará la hora. Y sigue el baldío palpitar de teléfono sobre mí, yaciente, donde no me pueden contestar. Eso es todo.

Ya estará llorando. O llorará. Sin mí. Sin el muerto.

ESTEBAN GIRALDO.

jueves, 30 de julio de 2009

La madera de Goes.

Apreciaciones al respecto del disco ”Madera” de Federico Goes.

Ya había escuchado algo de este disco, ya me habían hablado mucho de este disco, y solo esperaba a que todos los rumores se disiparan, saliera la placa y escucharlo. Este es el curso regular de la música en la ciudad que vivo, Medellín; la escena local se nutre y desnutre de rumores, de todos mirarnos entre nosotros y hablar de nuestros discos en espacios informales, nunca he estado en un conversatorio “serio” sobre la música local con músicos locales como expositores, o mejor debo decir con músicos activos hablando de su oficio.

Madera, El nombre es algo sugestivo. Al comprárselo directamente al Goes (pues debo aclarar que la distribución de dicho disco como muchos en Medellín es mano a mano y su comunicación boca a boca) me dijo “muchacho, este disco es para escucharlo con una botellita de vino” a lo que agregué: sabor a madera en la boca.

Madera nos muestra una faceta diferente de Goes, diferente al crucero donde se notaba la presencia de su banda electrónica: Mr.Akai Mpc, Mr. Moog, Mr.Sable (como le llama a su legendaria guitarra). En esta nueva faceta de Goes tenemos desde el principio sonidos acústicos, baterías, guitarras, bajos, sintetizadores de sonidos muy trabajados con un perfecto equilibrio entre la sicodelia rocanrolera y una elaboración medida.

Federico grabó todo lo que está en Madera, según él porque tenía un estudio a su disposición, “la finquita” (lugar de donde están saliendo varias producciones locales: Señor Naranjo con Melantrópico, Madera, y próximamente el disco de Carlos Duque). Teniendo todos estos elementos y unas cuantas letras y melodías armadas se montó en la tarea de hacerlo. Cuando le pregunte si lo tocaría, porque creo que debe tocarlo y mucho, me dijo que sería difícil pues es un disco para tocar con la banda de los parceros, esos ensayos interminables donde solo importan tocar y pulir y repulir un sonido o una secuencia de acordes ó sólo estar unidos alrededor de la música.

El disco tiene la participación de su pecosa: Carolina Castaño, quien colaboró con las letras y un tema con Federico Franco, llamado “Intromisión”.

A mi modo de ver el tracklist está pensado para darle una dinámica al disco, donde se puede recrear el mismo formato instrumental durante las 12 piezas de madera.

Para terminar sólo busquen este myspace, y si quieren tener el disco pues escribirle o buscar al muchacho Federico Goes en facebook.

http://www.myspace.com/federicogoes

JOSE GALLARDO A.

jueves, 23 de julio de 2009

Su avidez no tiene parangón

Hace unos días viene y me pregunta una muchacha que si le puedo explicar qué es un modelo. Su cara me indicaba que esperaba una respuesta enciclopédica. Y su cuerpo no me dejó organizar dos ideas coherentes sobre el asunto. Asustado, le dije que un modelo era algo así como el esquema, el diseño básico de cierto grupo de cosas. Interrogado por ese gesto que me decía no sabés, no sabés, hurgué allá, donde salen las palabras, y dije: es la encarnación de la fórmula. Ella parece que quedó satisfecha con semejante acertijo, me dio las gracias y se fue.

Resulta que pasando canales veo a esta muchacha más bella que todos los días, desfilando en una pasarela cualquiera de Colombiamoda. Y viéndola sé que casi le tengo una respuesta buena; un rollo no sobre qué es un modelo, sino sobre qué es una modelo. Una modelo es todo lo contrario de lo que es un modelo. Me explico: aceptemos el acertijo: un modelo es la encarnación de la fórmula, el tipo ideal de cierta cosa; una modelo, por su parte, es la encarnación de la reiteración, la repetición refinada, exacerbada de cierto canon de belleza. Un modelo trata de ser la ejemplificación más limpia y más simple; una modelo trata de llegar a ser lo que se dice –algunas mujeres son las primeras en decirlo– deben ser las mujeres. Y –algo admirable en realidad– lo logra. Para ponerlo en palabras de Baudrillard –el denigrado Baudrillard que ya descansa en paz–: es el simulacro que precede a la realidad. Como una muñeca rusa que se destapa desde la muñequita más pequeña. Como una puta que se hace cada vez más virgen –si la cosa fuera posible.

En su avidez de belleza y estilo una modelo toma el lugar del modelo, del ideal, pero sin fórmula, sin sentido. Es el simulacro perfecto de lo deseable. Y a diferencia de los modelos –de los seres amables de verdad– nos enseña lo que ya no está ahí. Por ser más bonitas que la belleza misma hacen que el deseo no se presente o calladamente se retire, dejándonos sólo con la pura indiferencia.

ESTEBAN GIRALDO

viernes, 17 de julio de 2009

MJ muere por segunda vez


Un atún se une al cardumen y trae un texto basado
en una entrada anterior: "Michael Jackson y
La Guerra De Los Mundos" (Léase antes).

Lo que importa es el acontecimiento. Lo demás está demás. El problema de las identidades generacionales, de los ídolos universales, de si es el último o el penúltimo, forma parte de una verdad anterior. Michael Jackson, el rey del pop, ya era un muerto. Ahora está muerto. Más allá del despliegue, las lágrimas y los homenajes póstumos, en orden de importancia lo primero es la muerte de un muerto. Ese es el acontecimiento.

A la primera muerte de MJ asistió toda la generación que lo mató y celebró su funeral. El niño prodigio murió cuando aceptó hacer lo que la gente de bien no puede hacer. Consagró su talento a colmar esa demanda tiránica que se compensa con el dinero, la gloria y la idolatría. Sucumbió a todos los excesos. En la carrera enloquecida para no ser como los demás, cambió de raza, cubrió su rostro, fue padre mediante inseminación artificial y se dedicó a dormir con muchachos adolescentes que lo acusaron. Salió libre porque no se puede condenar a un muerto.

Entre tanto, bailaba y cantaba al tiempo como ningún otro ser humano puede hacerlo. MJ logró no ser como los demás, es decir, exactamente un muerto. Logró no ser: ese fue su mérito y su enorme tragedia. Sin raza ni sexo, sin credo ni partido, en el escenario o en la pantalla, el protagonista de su propio Thriller era un muerto al no ser como los vivos. Demasiado trivial, su segunda muerte es menos conmovedora que la primera. Pero alecciona a los que lo lloran demasiado tarde. Ya no quedan dudas de que somos carne condenada a la descomposición. Faltaba un muerto para recordarnos que lo de la muerte iba en serio.

La generación que lo mató mitificándolo llora hoy su desaparición. Los que lo empujaron a no ser como el resto de los vivos, lamentan que a los cincuenta años, sobre-medicado para poder seguir muriendo, MJ tenga que ser enterrado como cualquiera. Naturalmente, se dudó de la veracidad de la noticia. Naturalmente, hubo notas necrológicas que empezaban así: “Sí, parecía mentira”. Y claro que parece mentira: saturados de muertos, ya sólo nos sorprende una segunda muerte.


PABLO CUARTAS



miércoles, 8 de julio de 2009

De Gabo y Cimrman

“La solitaria e incansable tarea de biografiar a Gabriel García Márquez” fue el título de un reportaje publicado por la AFP, en el cual se relatan algunos pormenores de la biografía hecha y por hacer del único biógrafo “tolerado” por el escritor. Se dice que cuenta con más de 500 páginas pero que además, el incansable Gerald Martin, tiene en su haber la no tan modesta suma de dos mil más, lo que me imagino hace feliz al biógrafo y le permite titular dicha obra con el ambicioso nombre de “Gabriel García Márquez, a life”. Ya lo dijo Cortázar en boca de uno de sus personajes: “…nadie sabe nada de nadie, y no es una novedad. Toda biografía da eso por supuesto y sigue adelante, qué diablos”. Es por eso que la tarea del Biógrafo me parece un tanto abrumadora; verter e invertir una vida en otra, y aún lo es más cuando a esa vida todavía la llenan los días, seguir cada paso con dos o tres cuartillas, desgastarse como el que trapea detrás de los zapatos enlodados del que no quiere dejar de caminar. Pero bueno, cada cual su oficio, que tal que no.

Producir, más que reproducir (si de esto se trata, en parte, el hecho de biografiar), me parecería una tarea más grata, o crear más que recrear si así se quiere. De esta forma nació en Viena Jára Cimrman (o según como se mire podría haber sido en República Checa), un personaje que se pasea silbando entre la realidad y la ficción, que hace de la frontera entre ambos mundos un cerco burlado, un alambrado caído. Creado por dos artistas con nombre de cortar-pegar para un teclado en español, Jiří Šebánek y Zdeněk Svěrák, con un poco de difusión se logró incorporar, a fuerza de inventos, viajes, poemas, teorías y hazañas, en la historia del mundo. En 1996 fue descubierto un asteroide que ahora lleva su nombre, al igual que uno de los teatros más visitados en Praga donde además se explora su misteriosa obra. Estos y otros detalles dan cuenta de su innegable existencia.

La biografía que es incapaz de abarcar la realidad y la creación artística que quizás escapa de la mera ficción. Tal vez haya que aceptar, en algún tiempo o en algún lugar, que esta dicotomía cede inevitablemente.

CAMILO GIRALDO.

jueves, 2 de julio de 2009

Michael Jackson y La guerra de los mundos

Sí, parecía mentira. Ese día, cuando me encontré con mis amigos, los saludé con la noticia. Michael Jackson está muerto. No, me respondieron. Imposible. Piró a las 4:45 de hoy, dije exacto y burlón.

Prendan el radio si no me creen, propuse al ver que sus gestos se debatían entre el dolor y la rabia hija de una broma pesada.

El radio, sin demora, trajo noticias contundentes. Mis amigos, sin embargo, seguían sin creer. Uno de ellos, agarrado a esa idea como a un chaleco salvavidas, dijo que no, que todo era pura tramoya, una estrategia publicitaria para revivir una carrera casi extinta. Sí, como La guerra de los mundos de Wells, respondí, ya sin ganas de ser irónico.

A esas alturas, con el cadáver aun caliente, todo podría ser. Sin embargo, vale la pena preguntarse por la resistencia de este amigo mío a la muerte del rey del pop, del mago, del genio, del monstruo negriblanco que con su voz, sus bailes, sus videos musicales, sus escándalos dentro y fuera del escenario, marcaron no sólo la historia de la música popular del mundo, sino de la generación que vivió su adolescencia y su juventud en la década del ochenta.

Y es que con Michael Jackson muere la penúltima estrella total, uno de los últimos seres humanos que hicieron efectivamente de su vida una obra de arte. Un hito, una diva, una vedette a cabalidad, capaz de mantener el fervor de sus seguidores a lo largo de lustros, como un sacerdote profano que vincula a sus creyentes con su sola presencia. Un ídolo en el sentido estricto de la palabra. Michael Jackson, su cuerpo, representaba una época. Y digo bien penúltimo –la última es Madonna–, porque de ahora en más no podrán existir fenómenos como el de Jackson. No hay manera. El mundo, de correr tanto, ya no está para esos trotes. Nuestros jóvenes, abrumados por la cantidad de identidades que pueden elegir todos los días y en todos los medios, desde el amor hasta la política, por exceso, no cuentan, no pueden contar con una figura mítica, totalizante de su mundo y su época. De los ídolos hemos pasado a la sucesión incesante de estrellitas que, según el decir de Capote, solo viven su cuarto de hora.

En los noventas quizá Kurt Coubain fue el único artista que tenía madera de ídolo, de receptáculo universal de la década, pero su muerte prematura fue consecuente con esos tiempos efímeros, y se convirtió, a la manera de Aquiles, en un mito demasiado joven. ¿Quién, en los primeros diez años del nuevo milenio aspira siquiera, de lejos, a un lugar así? Que alguien tire la primera piedra. ¿Alguno?

Jackson, con su muerte, deja una suerte de orfandad. Una seguridad menos para mis pobres amigos nacidos en la décadas del sesenta y del setenta. Aquellos que, excluidos del mercado de creencias que ofrecen Facebook, Twitter y Second Life, se aferran a las verdades generacionales de las que Jackson era un pastor.

Esa es una de las razones por las que los medios de todo el globo desplegaron con tanta generosidad en tiempo y recursos los avances de última hora, los homenajes, los reportajes, los documentales y los especiales en torno a la figura del astro. Son los periodistas y los editores quienes a través de esa sobreexposición, como si de una ceremonia ritual se tratara, hacen el duelo de la generación a la que pertenecen. Y así, ficcionalmente, hacen plausible la peregrina hipótesis de mi amigo: que todo se trate de una farsa catastrofista. Otra guerra de los mundos.

Y fuera de la famosa representación que H. G. Wells hizo en una radio en Nueva Jersey en 1938, esta nueva guerra de los mundos se parece más a una adaptación realizada en Quito, por “La voz de la capital” el sábado 12 de febrero de 1949, cuando en medio de los primeros ataques marcianos, la estación radial comenzó a arder, llenando los estudios de un humo negro al que los locutores aludieron, antes de ser abrazados por el fuego.


ESTEBAN GIRALDO