jueves, 25 de noviembre de 2010

El lápiz dorado *


No recuerdo qué clase de sentimiento me asaltó cuando aprendí a poner ciertos pensamientos en estos grafemas que hacemos al escribir. Estoy seguro de que en cierto momento me enseñaron a escribir, pero esto sólo lo puedo asegurar porque lo hago en este instante, bajo la premisa que escribo lo que pienso. Pero hay algo más allá: una especie de apuesta cada vez que se escribe. En el sentido que una apuesta siempre comporta un perder y un ganar. Dicho esto, ¿ganas o pierdes cuando escribes?, ¿escribes todo lo que piensas escribir, aún cuando te lo propones? Lejos de querer solucionar tal cuestión, sólo intento esbozar el problema, que al menos para mí, es escribir.

Ya desde Frankfurt nos dan un tour reconociendo las instalaciones de una jaula dorada, que el pequeño ingenuo trata de comprar con su fantasmática individualidad para obtener el resultado obvio de la ilusión de ser libre, o la elección. Elección entre unos objetos dominadores del deseo más original. Nada más imagínate decidiendo por un sabor en especial, que realmente no es el que quieres, sino por el que decides entre varias opciones. Es en este sentido que escribiendo tengo la ilusión de ser libre, al debilitar el movimiento de un deseo desconocido que, al fin y al cabo, sería el sentido de mi vida. En el proceso de su traducción hacia las palabras se ve confinado a unos movimientos que predicen su condena hacia la constante e infinita simbolización: sentarnos, rascarnos la cabeza, y agarrar el lápiz dorado. Éste, apoyándose sobre el papel, pasea al deseo a través de los pabellones de la palabra… para homologar la infinidad de singularidades y producir extraños efectos, como por ejemplo, que el lector pueda entender el esbozo de mi problema.

* Véase, si le interesa, el microcuento de Mariano Silva y Aceves.

JUAN MANUEL GIRALDO.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Prohibiciones a la belleza (vil copia)


En estos días poco tenemos por decir. Para mantener vivo el blog nos aferramos a las virtudes ajenas como último recurso; nos aprovechamos de la fama del Nobel así no más, sin sonrojarnos. Fue alguna vez mejor escrito en "Los cuadernos de don Rigoberto", pero aquí va.

Nunca te detendrás más de 10 segundos en un espejo. No te operarás las tetas. No te tinturarás el cabello. No te tatuarás las cejas. No tendrás brackets, juanetes ni mal aliento. Nunca dejarás de oler a bálsamo.

No usarás palillos, aretes, anillos, fajas. Te quedan prohibidos los bikinis, la ropa interior roja y el maquillaje.

Nunca asistirás a velorios, lanzamientos de libros, conciertos gratuitos, misas, grados o matrimonios (menos al tuyo).

Nunca leerás a Isabel Allende, Ángeles Mastreta, Mario Benedeti, Mario Vargas Llosa o Jaime Espinal. No dejarás de defender a Tomás González ni a Germán Espinosa ni a Andrés Caicedo. No cometerás, jamás, una falta de ortografía.

Nunca pronunciarás tasi, ésito, hubieron, contato o dótor. Menos gobernanza, dicotomía, espectacular, fáctico, fálico, colocar, sinergia, gonorrea o en qué le puedo colaborar. No serás políticamente correcta: no llegarás a lidereza, presidenta, jueza o gerenta.

Nunca recibirás monedas de 50, ni darás limosna. No permitirás que te regalen nada.

Nunca renegarás de mi mala suerte. No llorarás en la calle. Nunca morirás.

P.D. No leerás Atunes en Tintas.

IMAGEN: FERNANDO VICENTE.