Hace unos días viene y me pregunta una muchacha que si le puedo explicar qué es un modelo. Su cara me indicaba que esperaba una respuesta enciclopédica. Y su cuerpo no me dejó organizar dos ideas coherentes sobre el asunto. Asustado, le dije que un modelo era algo así como el esquema, el diseño básico de cierto grupo de cosas. Interrogado por ese gesto que me decía no sabés, no sabés, hurgué allá, donde salen las palabras, y dije: es la encarnación de la fórmula. Ella parece que quedó satisfecha con semejante acertijo, me dio las gracias y se fue.
Resulta que pasando canales veo a esta muchacha más bella que todos los días, desfilando en una pasarela cualquiera de Colombiamoda. Y viéndola sé que casi le tengo una respuesta buena; un rollo no sobre qué es un modelo, sino sobre qué es una modelo. Una modelo es todo lo contrario de lo que es un modelo. Me explico: aceptemos el acertijo: un modelo es la encarnación de la fórmula, el tipo ideal de cierta cosa; una modelo, por su parte, es la encarnación de la reiteración, la repetición refinada, exacerbada de cierto canon de belleza. Un modelo trata de ser la ejemplificación más limpia y más simple; una modelo trata de llegar a ser lo que se dice –algunas mujeres son las primeras en decirlo– deben ser las mujeres. Y –algo admirable en realidad– lo logra. Para ponerlo en palabras de Baudrillard –el denigrado Baudrillard que ya descansa en paz–: es el simulacro que precede a la realidad. Como una muñeca rusa que se destapa desde la muñequita más pequeña. Como una puta que se hace cada vez más virgen –si la cosa fuera posible.
En su avidez de belleza y estilo una modelo toma el lugar del modelo, del ideal, pero sin fórmula, sin sentido. Es el simulacro perfecto de lo deseable. Y a diferencia de los modelos –de los seres amables de verdad– nos enseña lo que ya no está ahí. Por ser más bonitas que la belleza misma hacen que el deseo no se presente o calladamente se retire, dejándonos sólo con la pura indiferencia.
ESTEBAN GIRALDO
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