viernes, 17 de julio de 2009

MJ muere por segunda vez


Un atún se une al cardumen y trae un texto basado
en una entrada anterior: "Michael Jackson y
La Guerra De Los Mundos" (Léase antes).

Lo que importa es el acontecimiento. Lo demás está demás. El problema de las identidades generacionales, de los ídolos universales, de si es el último o el penúltimo, forma parte de una verdad anterior. Michael Jackson, el rey del pop, ya era un muerto. Ahora está muerto. Más allá del despliegue, las lágrimas y los homenajes póstumos, en orden de importancia lo primero es la muerte de un muerto. Ese es el acontecimiento.

A la primera muerte de MJ asistió toda la generación que lo mató y celebró su funeral. El niño prodigio murió cuando aceptó hacer lo que la gente de bien no puede hacer. Consagró su talento a colmar esa demanda tiránica que se compensa con el dinero, la gloria y la idolatría. Sucumbió a todos los excesos. En la carrera enloquecida para no ser como los demás, cambió de raza, cubrió su rostro, fue padre mediante inseminación artificial y se dedicó a dormir con muchachos adolescentes que lo acusaron. Salió libre porque no se puede condenar a un muerto.

Entre tanto, bailaba y cantaba al tiempo como ningún otro ser humano puede hacerlo. MJ logró no ser como los demás, es decir, exactamente un muerto. Logró no ser: ese fue su mérito y su enorme tragedia. Sin raza ni sexo, sin credo ni partido, en el escenario o en la pantalla, el protagonista de su propio Thriller era un muerto al no ser como los vivos. Demasiado trivial, su segunda muerte es menos conmovedora que la primera. Pero alecciona a los que lo lloran demasiado tarde. Ya no quedan dudas de que somos carne condenada a la descomposición. Faltaba un muerto para recordarnos que lo de la muerte iba en serio.

La generación que lo mató mitificándolo llora hoy su desaparición. Los que lo empujaron a no ser como el resto de los vivos, lamentan que a los cincuenta años, sobre-medicado para poder seguir muriendo, MJ tenga que ser enterrado como cualquiera. Naturalmente, se dudó de la veracidad de la noticia. Naturalmente, hubo notas necrológicas que empezaban así: “Sí, parecía mentira”. Y claro que parece mentira: saturados de muertos, ya sólo nos sorprende una segunda muerte.


PABLO CUARTAS



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