miércoles, 16 de diciembre de 2009

Aburrición.

Las escaleras ascienden en su latitud y longitud exactas. Con sus pasos llevan, no obstante, a otro lugar. Nada falta en la nevera, ni en los armarios, ni en la biblioteca, ni en el baño. Nada sobra en los bolsillos; todo falta. Nada en la voluntad. Nada sobre el escritorio del segundo piso. El tiempo, que es blando, se escurre difícil en cada movimiento, en cada visión. Después de la ventana y la calle, donde los buses permanecen con su estruendo pasajero, la garúa y un hombre que en el paradero toca en violín alguna de las suites para cello de Bach. El estuche en el piso no recibe ninguna moneda, se conforma con el salivario de lluvia que le dejan las llantas de los buses. Nadie ha pasado por allí, pero el hombre continúa en repeticiones infinitas el mismo movimiento. La garúa cesa para convertirse luego en un verdadero aguacero, que termina rápidamente. El hombre sigue y nadie pasa. En el estuche nada la esperanza de algún dinero. Ese hombre y esa música parecen un monumento. Se acerca un pastor alemán gigantesco, y sería lindo que mordiera, que orinara, que se quedara muerto enfrente del violinista, que lo aplaudiera, que le botara una moneda. Pero no, pasa con una miradita de reojo, como corresponde a un perro. Todo es de una aburrición ingobernable. Aunque nada de convencional tiene un tipo parado en una esquina tocando Bach en medio de la lluvia y la soledad de transeúntes. Pero este tipo lo hace con una determinación tal que parece que solo pudiera hacer eso. Su destino trágico es estarse ahí, como Sísifo en la colina. Muchos buses después se acerca una anciana de bastón, guantes y pasamontañas. Se queda mirando al violinista. Hace un gesto para que un bus pare. El bus se detiene obstruyendo la perspectiva que se funda en la ventana. Y ojalá sea el violinista el que se suba al bus, ojalá sea una parada equivocada y a los dos les toque seguirse así, ojalá ocurra un choque, un infarto, una desbandada de pasajeros. Sin embargo todo ocurre como debe ocurrir. Una vez el bus ha partido se puede ver al violinista que sigue y seguirá, la anciana se ha ido y en el estuche flotan algunas monedas que brillan gracias al sol que comienza asomarse. Bach nunca termina. Todo como debe ser. La aburrición es la conciencia de la fatalidad. Las escaleras de caracol, hacia abajo, repiten las mismas coordenadas en diferente altura.

ESTEBAN GIRALDO.

FOTOGRAFÍA: CARACOL EN EL ARCO DEL TRIUNFO, JUAN FERNANDO MEJÍA.

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