Yo sé que este blog lo leen tres o cuatro atunes, todos conocidos, todos más o menos díscolos, como uno, que le coge confianza a cualquiera por cualquier maricada. Así que no resultará un atrevimiento insufrible que les pida que vayan hasta la nevera, la alacena y los cajones de la cocina, y les exija que se fijen en lo que tienen en común la leche, los panes, los yogures, las pastas, las salsas, los quesos, las carnes frías, las arepas –telas y de chócolo–, las galletas, las gaseosas y, por supuesto, las latas de atún. Pero vayan. ¡Vayan! Es en serio. Voy a poner un punto aparte para darles tiempo de ir. Les juro que cuando vuelvan entraré en materia.
Sí, cómo no. Ya los veo pensando “se embobó este güevón”. Así que los perdono y, para los que no se hayan apercibido del asunto, les explicito la vaina. Todas esas cosas, hijas de un mundo rápido, aséptico y consumado, tienen fecha de vencimiento. Vencen tal día, tal mes, tal año. Casi todo vence. Los condones vencen. Las suscripciones vencen. Las drogas –todas, en general, no vayan a creer que porque el jíbaro no les dice la cosa dura toda la vida– vencen. Los cosméticos vencen. Los productos de aseo vencen. Las pinturas vencen. Las pilas vencen. Las contraseñas vencen. Los contratos, las obligaciones vencen. Las modas vencen. Los amores y los desamores vencen. Y podría seguir, pero si quieren sigan ustedes en los comentarios –no me voy a poner yo a enumerar el mundo–.
Y pillen que la palabra es bonita, porque vencer –depende del contexto– es el acto de echarse a perder o de ganar. Y por esa vía queda fácil un juego de palabras pendejo: “vence lo que no vence”, que podría ser una definición burda y brusca para lo que, por ejemplo, Borges entendía por “clásico”: lo que perdura en los hombres y en el tiempo. Pero mejor no sigo por este camino porque quién sabe dónde termina el párrafo.
Vuelvo al punto –si es que alguna vez estuve en él–. Nada. Que pensé escribir una entrada como para despedir el año, no fuera ser que por desidia el cambio de calendario pasara desapercibido. Y se me ocurrió eso de las fechas de vencimiento, para decir que también los años vencen, que este ya casi venció, y que a nosotros también nos corresponde una fecha de vencimiento, escrita quizá –para seguir con Borges– desde el principio del mundo. Y pues que sólo un deseo: lejano esté el día.
Diciembre 28 de 2009.
ESTEBAN GIRALDO.
IMAGEN: ELRAYOCUSTODIO.BLOGSPOT.COM
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ResponderBorrarBuenas Atunes
ResponderBorrarLa verdad es que ese tema también me tiene pensando. Desde hace algunos días tenemos sobre el comedor de la casa un frasco de vinagre balsámico que hace buen juego con el molino de pimentero. Lo más curioso es que advierten en la etiqueta que es un producto que No Vence. Y que la norma ICONTEC 512-1 advierte sobre la no necesidad de poner fecha de vencimiento a los vinagres.
Acaso, ¿Estamos condenados a que los vinagres nunca venzan?
Carlos Andrés
Inquietante el punto.
ResponderBorrarMe dicen que los vinos tampoco vencen. Y algunos no, por supuesto -pero sólo algunos-. Y claro, el vino y el vinagre a la larga son la misma cosa.
Lo otro es que ¿el vinagre-vino no es un producto vencido en sí mismo? Un vinagre-vino vencido sería como un pudrimiento al cuadrado, ¿no?