domingo, 17 de enero de 2010

Moleskine | Pinacothèque de Paris


Pablo Cuartas, un atún que cruzó el Atlántico cargado de libreticas y curiosidad, comienza una serie de entradas. El tema, justo ese, lo que va quedando en las páginas de su moleskine.


La Pinacoteca de Paris exhibe La edad de oro holandesa, de Rembrandt a Vermeer. No es fácil imaginar la riqueza comprendida en el periodo que abren y cierran dos pintores de semejante estatura. Y sí, más de noventa cuadros bastan para sintetizar la grandeza del flamenco profundo. Les dispenso la descripción de las obras. Me limito a enumerar algunos temas: caballos pastando, escenas de interior, naturalezas muertas, retratos de vivos, autoretratos de artistas, una que otra escena bíblica y una que otra batalla naval. He aquí algunos títulos transcritos en mi Moleskine: El taller del tallador, Naturaleza muerta con libros, La carta de amor, y mi preferido: Escena de interior con una madre despiojando a su niño (el deber de una madre).

No creo necesario explicar mi fascinación por este título de Pieter de Hooch. La sola frase basta para indicar lo que se observa en el resto de la muestra: una sobria glorificación de lo cotidiano. La sencillez de las composiciones no tiene jamás una vocación alegórica ni apologética. Las cosas están ahí, los seres son en ese momento. A juzgar por este y otros lienzos, a Holanda le debemos una especie de oximoron: un barroco mundano. Ya no la exaltación suplicante del barroco español, con el corazón levantado hacia el Señor, con la culpa, con la culpa, con la gran culpa... Ya no los paraísos perdidos sino las pequeñas alegrías. Ya no la temerosa fe en Dios sino el escepticismo gozoso del Mundo.

Lo cotidiano se aviene mejor con esta celebración escéptica de lo inmediato. Por su propia fuerza, por su existencia soberana y autónoma, no necesita más que buenas descripciones. Pero esto no es una salida de lo sagrado. Tal vez el mejor homenaje que se le puede tributar a Dios es celebrar el mundo que inventó para nosotros en lugar de lamentar el pecado de Adán o implorar por la vida eterna. “Aquí podemos vivir puesto que aquí vivimos”. Esa y no otra será la divisa de un tiempo que ha logrado re-encantar el mundo. Yo, que tantas veces temblé frente a la Madeleine, tuve que cruzar la calle para entenderlo mejor en la Pinacoteca.


PABLO CUARTAS.


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