viernes, 12 de febrero de 2010

Moleskine | Idomeneo

Palais Garnier. Mercredi 20.01.2010. 19h30. Idomeneo. 2èmes loges de coté 13. Chaise – Visibilité réduite.

He corrido en vano. La acomodadora me conduce a mi lugar advirtiéndome que Idomeneo empezó hace dos minutos. La puerta del palco tiene un círculo de vidrio a la altura de nuestros ojos por el cual me indica la silla que me corresponde. Desde afuera sólo se ven las siluetas de espaldas de los que están adentro. Al fondo, iluminados por una luz cobriza, los balcones colmados de los palcos del lado contrario del teatro.

Entro. Estoy en una celda en penumbra. El escenario está dos pisos abajo, a la izquierda, y es su luz la que me permite reconocer un espejo y un perchero que interrumpen el terciopelo que cubre las paredes. Me quito el abrigo sofocado por el calor artificial de los espacios interiores en invierno, reconcentrado en esta celda que medirá un metro y medio de ancho por los seis o siete que hay entre la puerta y el balcón. Aunque ya sé cuál es mi lugar, permanezco de pie para ver la totalidad del escenario a mis pies: Ilia, princesa de Troya, canta recostada sobre la playa: Mi corazón esta dividido entre el miedo y el amor.

Tomo asiento. Delante de mí hay dos mujeres que se hablan al oído cada vez que Ilia canta un lamento nuevo. Han dispuesto sus sillas de manera que puedan acercarse libremente, de manera que puedan encontrarse en este rincón del Palacio Garnier. Una de ellas está al alcance de mi mano. Cuando se inclina hacia adelante para lograr entregar su secreto, el movimiento le descubre la parte baja de la espalda. Tiene el pelo rubio y rizado y mal atado con un palito chino que deja al desnudo su cuello perfecto. Las dos son emisarias de un mensaje que yo, desde atrás, al tanto de sus juegos, quisiera compartir con ellas. A veces, cuando se han dicho todo lo que se iban a decir por culpa de Ilia o de Idomeneo o de Electra, se muerden suavemente la oreja o pasan la lengua cerca del lugar donde el cuello se confunde con el pelo. Las manos hacen lo suyo clandestinamente mientras Idomeneo se pregunta si debe liberar a los prisioneros que tiene bajo su custodia. Juegos de manos en las cercanías de la cintura, en las rodillas, en los muslos, en el cuello. El destino de Creta se resuelve justo en el momento en que el secreto de estas dos mujeres ya no se sostiene más, en el que las promesas ya no dan espera, en el que los griegos de la antigüedad no alcanzarían a imaginar lo lejos que dos mujeres pueden llevar la ars erotica que ellos creyeron confiscar para siempre. En las proximidades del pecho, ya sin nada que perder, una mano atraviesa de lado a lado el cuerpo de la rubia. La caricia se traduce en un gemido leve que adivino en sus labios de perfil. La voz de la soprano clama cuando veo que sus manos se cruzan y sus bocas se encuentran a contraluz: ¿Cuánto me costará este silencio?

El calor aumenta en los estertores. El placer de estas dos mujeres se entremezcla con la música, con el lugar, con la escasa luz, con el universo entero. Abajo brama Neptuno mientras Ilia pide ser sacrificada. Las mujeres se siguen diciendo al oído cosas que a estas alturas ya no son promesas. Ni secretos. Desde este lugar mi visibilidad era reducida, como bien dice la boleta, pero suficiente para haber visto mi propio Idomeneo. Telón.

PABLO CUARTAS

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