viernes, 26 de febrero de 2010

Hacer posible la maravilla

Malditos bastardos
Quentin Tarantino, 2009

Hay directores que uno quiere. Como a los hijos bobos o a los papás alcohólicos. Tarantino es uno de esos. Y tiene tanto de hijo bobo como de papá alcohólico. Es el hijo bobo del clásico cine gringo o peor –y lo digo sin más– de toda la historia del cine. El hijo bastardo, que nacionalizó la estética del videoclip y de los video juegos en lo más puro y duro del “séptimo arte”. Y pues bueno, el papá alcohólico y divertido de la serie de realizadores que vendrán después de él. El papá inimitable. En fin, todo esto para decir que salga con lo que salga Tarantino va a ser Tarantino; y sólo por eso me gusta.

Entonces Malditos bastardos me parece una genialidad. ¿Qué más podría decir? Pues que la película trata de una segunda guerra mundial disparatada, sangrienta y no por frívola menos entretenida. Que hizo bien Tarantino en adaptar ese guión de miniserie para ésta película, pero que haría bien en hacer la bendita miniserie completa. Que los diálogos… que las actrices… que el guión con esos deux ex machina, con esos saltos mortales inconcebibles pero redondos, coherentes… que la música… que las citas… que todo tan Tarantino.

Y soy perfectamente consciente de lo chocante que puede resultar una reseña en estos términos. Pero para qué me pongo a inventar si todos-queremos-tanto-a-Tarantino. Ese director siempre tan parecido a sí mismo, tan indoblegamente el mismo, pero por temas y referencias incontenible, dispar, esquizo… No sé… en fin.

Pensándolo mejor –es decir: echando todo lo dicho en la papelera de reciclaje– debería decir otra cosa. Lo mejor de Tarantino –y no es que esté reinventando la Coca-Cola– es que no se toma en serio la historia del cine. Le vale un bledo. Pero nadie mejor que él para ponerla en escena, para mostrar las costuras y los artificios. Para volver a hacer posible la maravilla (y enseñar en qué consiste la vaina).

ÓSCAR LACLAU

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