I
Con su mano izquierda sostiene el radio. El volumen es alto. En la derecha un cigarrillo envenena su cuerpo maltrecho, estimulando el cáncer que lo acompaña desde hace algunos meses. Mira por la ventana: autos, personas que pasan con sus mascotas. La vida se le va en un sillón de la sala, esperando, tranquilo, gustoso de saludar. Cómo estás. Ahí, bien. Sonríe.
II
El abuelo cada día se encuentra más cansado. La hora del almuerzo. Una de sus hijas lo llama para que se acerque a la mesa. Un poco de arroz, carne de res y leche. Arrastrando sus pasos se dirige a su puesto. Se sienta. Coge la cuchara con la mano izquierda, prueba el arroz, se come la carne, se toma el vaso de leche. Sobre la mesa hay una bolsa con granadillas. Mira la bolsa, intenta meter la mano. Se detiene. Lo vuelve a intentar. Nuevamente no logra alcanzar una granadilla. Lo intenta nuevamente. Saca la granadilla, la mira y la vuelve a dejar en la bolsa. He terminado mi almuerzo. Él no acaba el suyo. Recojo los platos, los vasos y los cubiertos.
III: En el cielo
“Estoy en el cielo”, fue la frase que le soltó el abuelo a una de sus hijas cuando ella le preguntó por el lugar donde se encontraba. En realidad estaba en su pieza, pero muchos de sus recuerdos se han marchitado y no reconoce el lugar donde vive. No recuerda a sus nietos. Su mente se encuentra atrapada en otra época. Físicamente la situación no es mejor: transfusiones de sangre cada 6 días… Para ir al baño, para ir a la sala o regresar a su pieza necesita de alguien que empuje su silla de ruedas. Lo único que ignoran el médico y su familia es por qué se aferra a la vida…
IV: La silla-la cama
Ya no es un hombre. De la cama a la silla de ruedas, de la silla de ruedas a un mueble… de nuevo a la silla de ruedas y de regreso a la cama. Llama a sus hijas para levantarse, para que lo lleven al baño, para comer, para ir a la sala, para volver a la cama. En las madrugadas grita llamando a una de sus hijas. A veces pregunta qué debe hacer; le dicen que duerma. A veces asiente cuando le preguntan si está nervioso y la hija reza a su lado. En las mañanas lo bañan, lo dejan en la sala y casi todo el tiempo duerme. Al mirarlo a la cara se puede ver una inquietud, una preocupación, una pregunta.
1:30 a.m. “¡Nena, nena, nena, Luz Elena!”. “Hola papá, ¿qué quiere?”. “¿Qué hago?”
FEDERICO MURO
Imagen: JUAN FERNANDO MEJÍA
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