lunes, 10 de mayo de 2010

Sindú, 135


El corredor crudo, sin más simpatía que una mesa arrinconada. En el extremo, en la esquina –para ser exacto–, la pelada puerta que da lugar a esos centímetros cúbicos exactos de espacio de salón, de auditorio, de blanco, negro y rojo, de humedad y frío. De clases de gramática o historia del arte o teoría y práctica de cualquier cosa. ¿Cuántos sueños de muchachos inocentes se habrán mecido temprano con la voz de terciopelo de algún profesor que indica la manera correcta de establecer la relación entre un personaje y otro? ¿De cuántas peleas intelectuales y no intelectuales habrá sido escenario y testigo este pedazo desastrado de universidad? Ya quisiera poder imaginar cuántos estudiantes se han enamorado entre el pasar de una página a otra de cuaderno.

Todo eso cansa. Yo sé.

Por la noche se puede escuchar el aliviado suspiro de salón al ser cerrado. Suena a descanso y a risa cínica. Al tiempo, la mesa, coqueta, muestra sus piernas y mira celosa a la puerta, que permanece indiferente. Luego, cuando saben que nadie los ve, se quedan absortos sabiendo que nunca llegarán al final del corredor. Esa esperanza.

ESTEBAN GIRALDO.

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