viernes, 24 de diciembre de 2010

Sin piedad contra los débiles


“Al que no tiene se le quitará hasta lo poco que tiene” –cito de memoria un libro de la biblia que no recuerdo–. Las imágenes que no se cansan de explotar los medios son elocuentes; la profecía secular de las escrituras vuelve a repetirse. Y seguirá repitiéndose cada año, con la precisión del aguacero, con el ciego encarnizamiento de las amables estaciones que le tocaron a Colombia –que es pasión–.

Por más que se diga en la Teletón y demás masturbaciones caritativas –que son necesarias–, el drama del invierno no es exclusivo de los pobres, esas gentes ahogadas en pueblos innominables. Ya el año pasado algunos ricos de Medellín sufrieron la cachetada fría de una ladera en deslave. En estos meses, grandes terratenientes han mudado su ambición por la cara ejemplar del damnificado, industriales y comerciantes han visto sus grandes apuestas de fin de año naufragar en bodegas de alta seguridad, y transportadores y viajeros de todas las condiciones han dejado empantanado su destino en salas de espera y recodos de carretera.

La tragedia es nacional, y no es producto del fenómeno de la niña; es el resultado de la estupidez precámbrica de los planificadores y controladores del uso de la tierra en Colombia. La tragedia es, también, política. Hija de la desidia institucional para tomar las precauciones necesarias en contra de la fuerza legítima e indolente de la naturaleza. La Gabriela era un momumento al peligro; hoy es otra ofrenda sacrificial que hemos pagado por la incapacidad de proteger la vida de nuestros ciudadanos. Nadie puede decir que lo que ha pasado en Gramalote, en el Atlántico o en las riberas del Magdalena, el Cauca y demás ríos, era inesperado. Se trata de las bodas con una novia fea, de la que sabíamos que más tarde que temprano acudiría a la cita. Los encargados, sin embargo, no hicieron lo suficiente. Corporaciones autónomas regionales, alcaldes, gobernadores, ministros y presidentes parecen complacidos por su eficiencia en mitad de la inundación y el derrumbe, suscitando la solidaridad de todos, olvidando que era su responsabilidad que no sucedieran. Por supuesto, la eficiencia verdadera no da primeras planas, no se nota. A la larga, meditática y electoralmente, no es tan rentable. Puede ser incluso contraproducente. Uno piensa en el alcalde de Bello sacando a punta de antimotines a la gente en riesgo en Calle Vieja y escucha las exclamaciones de los desalojados y sus vecinos: ¡Cómo nos sacan de la casa! ¡No me pueden quitar lo poquito que tengo! Y, por supuesto, tendrían razón. Lo responsable hubiera sido realizar los reasentamientos en condiciones dignas y planificadas. Pero eso cuesta, y como es lo menos que uno espera de un “dignatario” y de las instituciones competentes, no hubiera existido la oportunidad de dejarse ver tan responsable, tan digno, tan diligente y tan humano, en botas pantaneras y chaleco nuevo en la emisión meridiana del noticiero, en vivo y en directo.

De otro lado nos hubieran despojado, esta vez sí, de la vulgar caridad de nuestras estrellas de televisión, unidas en el esfuerzo de juntar plata en una transmisión común de más de un día; tan buenos que son, tan generosos. Yo hubiera votado por el que me ahorrara el placer de ver a Jota Mario Valencia y a Jorge Alfredo Vargas como un dúo dinámico. Pero dadas las circunstancias no queda más que agradecer a estos galanes históricos, espléndidos, patéticos; esdrújulos. Gracias, de verdad.

Ahora, tendremos que conseguir otros diez billones –pensar en los ceros de la cifra confunde– para reparar lo irreparable, para nuevas víctimas. Víctimas, como las de la violencia, de la miserable inteligencia de nuestros políticos, de la miserable ejecución de nuestras instituciones; en fin, de nuestra propia miserableza como nación, que es el rasgo más palmario y más vergonzoso de doscientos años de independencia. Tan débiles que somos, tan pobres todos –hasta los ricos–; tanto que ya no es Dios sino el agua y la tierra las que nos quitan hasta lo poco que tenemos.

ESTEBAN GIRALDO.

sábado, 18 de diciembre de 2010

335 (II)

Véase antes -y si se quiere- la primera entrada al respecto. Click aquí.


-Con este van trescientos treinta y pico.

-Treinta y cinco.

-Eso. Trescientos treinta y cinco.

-¿Y con este qué pasó, por qué se fue?

-Por nada, porque sí: porque estaba vivo. Y no se fue: “lo fueron”. Y porque además y de todas formas se iba a morir, como usted y como yo.

-Eh… pero es que cada vez se mueren más jovencitos. Antes duraban más.

-Ni tanto, dos meses más yéndoles muy bien.

-¿Y ahora?

-Ya le dije: rapidito, desde octubre, los despachamos. Suerte que te vi…

-Como quien dice breve.

-Sin dolor.

-Ah…

-¿Qué? Eso no es tanto: vamos al río y allá los tiramos. ¿No vio? Vaya y verá. Otro muñeco flotando sobre el río del tiempo…

-¿O sea que a este el río se lo va a llevar?

-Ya se lo llevó: hace dos meses que este año se acabó.

-¿Por eso la fiesta?

-Sí: entre menos dure la locura, mejor.


PABLO CUARTAS.

IMAGEN: JESÚS GUTIÉRREZ GÓMEZ.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Entrevista


Sudando. Me llaman. Entro. Debo esperar a que me extienda la mano, saludar de manera cortés y esperar a que me invite a sentar. No cruzar las piernas ni los brazos. No mirar al suelo, ni sobre su cabeza. Tengo que escuchar muy bien y responder mejor, ser agradable y parecer interesante. Hablar bien de mí mismo, y de cuando en vez soltar un defecto, no como tal, sino como ese algo que debo y sé que puedo mejorar. Ahí estoy: sentado…una gota de sudor quiere recorrer mi rostro, mostrarme débil. No debo titubear, ni hablar mal de la última empresa en la que trabajé. Sonreír –no mucho. Debo lucir inmaculado: compré zapatos, un pantalón, correa, camisa y camiseta. Hoy no traigo corbata. Al terminar me dicen que me llamarán. Salgo. Me calmo un poco y dejo de sudar.

FEDERICO MURO

domingo, 5 de diciembre de 2010

Fuga



Sabe que no sirve para nada. Lo sabe. Peor: lo siente. Acaba de ver una película, una película pretenciosa. Perturbadora. Hace algo de comer. A las cuatro de la tarde apenas ha tomado algo. Pero no, hambre no tiene. Su cuerpo flaco ni siquiera se lo exige. Lo hace por cumplir. Porque toca. Por costumbre. Pone música y se pone a escribir. En tiempos como estos no se le ocurre nada. Pero se ve escribiendo una larga página. Una página ardua que le sale con facilidad. Lo ve, pero no le sale. Entonces ve al hombre que escribe, ve que la página se llena de letras, de palabras como hombre. Escribe. Hombre que escribe. De golpe ve que el tipo se detiene. Y como en un sueño, por más que se esfuerce por leer no puede. La página se desenfoca, objetos se oponen a su mirada. Le da un desespero de ciego. Antes de que se nuble por completo la mirada, alcanza a ver esa palabra: ciego. Y el negro. El hombre, al otro lado, se ríe. Y sigue. Describe la casa de paredes blancas y muebles negros, baratos. Habla de un hombre que cocina y come con ansias terribles. Como si fuera la primera y la última vez, con la certeza de que el hartazgo prevendrá la hambruna. Al final, por supuesto, este hombre se pone a escribir. Pero ahí se detienen las palabras. El hombre que imagina se queda en blanco. Mas el imaginado escribe con iguales ansias con las que comía. Cada letra es un golpe. Ahora es un hombre escribiendo y escuchando música. La música que llena las paredes blancas, y que es triste. Y la escritura que fluye sin más, como una repetición. Una repetición, una repetición. Una repetición. Este hombre ve a un hombre dormido en frente de un televisor, donde un hombre ve a otro escribir. Escenario blanco de un teatro, y en frente del escritor que escribe su propia representación, y la representación de este último representada por otro. Y éste por otro. No son idénticos, sin embargo, pero parecen infinitos. La música, de repente, se detiene. Y el hombre se ve en la película, al final de la fila de las representaciones, diminuto por el efecto de la perspectiva. Escribe, sin embargo, que un hombre está escribiendo. Ve que la página comienza con la frase que sabe que no sirve para nada, y en el texto ve a un hombre escribiendo sin parar, enceguecido por su propio ritmo. Y una música que no se detiene y que es la repetición indefinida en el tiempo de lo mismo. Un rollo interminable de blanco escrito, donde la historia recomienza. De pronto una imagen que regresa, una representación de la representación de la representación de la representación de la representación de la representación. Y ve que está solo. Va a la cocina. Come sin hambre y luego se pone a escribir. Un hombre comienza a las cuatro de la tarde una página en la que un hombre escribe que escribe a un hombre que se cansa escribiendo, y se pregunta: ¿por qué no seguís vos? Sigo yo, le responde otro. Y era un hombre que escribía a un hombre que escribía y tuvo que pelear con otro para que lo dejara continuar, porque estaba diciendo que sonaba música, pero el otro veía una película donde un hombre veía a un hombre que escribía su propia representación tan fielmente que la representación contaba, también, con su propia representación, y esa representación con una propia y así. Pero no lo logró porque uno de ellos sabía que no servía para nada. Lo sentía y no iba a dejar que los demás hicieran algo por él. Seguían siendo las cuatro de la tarde y la página ya era incuantificable. Y uno de ellos escribió un reloj que otro veía y que se sorprendía porque todavía eran las cuatro y porque aunque no había comido nada y no tenía hambre. Sin embargo hace que se pare y vaya hasta la cocina y haga algo, sin ganas, como por cumplir. Luego decide escribir a un hombre que escribe a un hombre realizando su propia escritura. Escribe un ombligo dentro de un ombligo. Y al interior un ombligo dentro de otro ombligo. Que lo devuelve a la escritura de sí mismo. A las cuatro de la tarde. A las paredes blancas, detenidas por la música. O donde se detiene la música. Y un hombre escribe que se detiene la música. Pero la música dice que un hombre detiene la música. Y se detiene. Pero el hombre que escribe escribe la música. Donde nuevamente un hombre la detiene. Pero no se detiene. Queda suspendida. Una suspensión larga. Larguísima. Donde son las cuatro de la tarde y hay una película donde un hombre y sus representaciones se escriben así mismas. Espejos autónomos que compiten en la disparata empresa de describirse. Y todo eso pasa también en la música. En la paredes blancas, como páginas, que dicen que un hombre escribe a un hombre, y que está adentro de esas paredes, y escribe que lee esas paredes. Se lee a sí mismo al tiempo que se escribe al interior de la propia escritura. Y no termina. Y aún así no sirve para nada. Y otro lo ve. Y lo escribe. Y se detiene. Y así…

ESTEBAN GIRALDO.
IMAGEN: ESCHER.

jueves, 25 de noviembre de 2010

El lápiz dorado *


No recuerdo qué clase de sentimiento me asaltó cuando aprendí a poner ciertos pensamientos en estos grafemas que hacemos al escribir. Estoy seguro de que en cierto momento me enseñaron a escribir, pero esto sólo lo puedo asegurar porque lo hago en este instante, bajo la premisa que escribo lo que pienso. Pero hay algo más allá: una especie de apuesta cada vez que se escribe. En el sentido que una apuesta siempre comporta un perder y un ganar. Dicho esto, ¿ganas o pierdes cuando escribes?, ¿escribes todo lo que piensas escribir, aún cuando te lo propones? Lejos de querer solucionar tal cuestión, sólo intento esbozar el problema, que al menos para mí, es escribir.

Ya desde Frankfurt nos dan un tour reconociendo las instalaciones de una jaula dorada, que el pequeño ingenuo trata de comprar con su fantasmática individualidad para obtener el resultado obvio de la ilusión de ser libre, o la elección. Elección entre unos objetos dominadores del deseo más original. Nada más imagínate decidiendo por un sabor en especial, que realmente no es el que quieres, sino por el que decides entre varias opciones. Es en este sentido que escribiendo tengo la ilusión de ser libre, al debilitar el movimiento de un deseo desconocido que, al fin y al cabo, sería el sentido de mi vida. En el proceso de su traducción hacia las palabras se ve confinado a unos movimientos que predicen su condena hacia la constante e infinita simbolización: sentarnos, rascarnos la cabeza, y agarrar el lápiz dorado. Éste, apoyándose sobre el papel, pasea al deseo a través de los pabellones de la palabra… para homologar la infinidad de singularidades y producir extraños efectos, como por ejemplo, que el lector pueda entender el esbozo de mi problema.

* Véase, si le interesa, el microcuento de Mariano Silva y Aceves.

JUAN MANUEL GIRALDO.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Prohibiciones a la belleza (vil copia)


En estos días poco tenemos por decir. Para mantener vivo el blog nos aferramos a las virtudes ajenas como último recurso; nos aprovechamos de la fama del Nobel así no más, sin sonrojarnos. Fue alguna vez mejor escrito en "Los cuadernos de don Rigoberto", pero aquí va.

Nunca te detendrás más de 10 segundos en un espejo. No te operarás las tetas. No te tinturarás el cabello. No te tatuarás las cejas. No tendrás brackets, juanetes ni mal aliento. Nunca dejarás de oler a bálsamo.

No usarás palillos, aretes, anillos, fajas. Te quedan prohibidos los bikinis, la ropa interior roja y el maquillaje.

Nunca asistirás a velorios, lanzamientos de libros, conciertos gratuitos, misas, grados o matrimonios (menos al tuyo).

Nunca leerás a Isabel Allende, Ángeles Mastreta, Mario Benedeti, Mario Vargas Llosa o Jaime Espinal. No dejarás de defender a Tomás González ni a Germán Espinosa ni a Andrés Caicedo. No cometerás, jamás, una falta de ortografía.

Nunca pronunciarás tasi, ésito, hubieron, contato o dótor. Menos gobernanza, dicotomía, espectacular, fáctico, fálico, colocar, sinergia, gonorrea o en qué le puedo colaborar. No serás políticamente correcta: no llegarás a lidereza, presidenta, jueza o gerenta.

Nunca recibirás monedas de 50, ni darás limosna. No permitirás que te regalen nada.

Nunca renegarás de mi mala suerte. No llorarás en la calle. Nunca morirás.

P.D. No leerás Atunes en Tintas.

IMAGEN: FERNANDO VICENTE.

domingo, 31 de octubre de 2010

Medellín, 335

A Esteban la Alcaldía de Medellín le pidió un texto para celebrarle a "la capital de la eterna primavera" su cumpleaños 335. Como verán, sería vergonzoso haber enviado el texto que nosotros, sin vergüenza, presentamos.

Estás viejo. Acabado. Vuelto mierda. En obra (con amor). Tus calles conocen toda la violencia, todo el hambre y toda la tristeza del mundo. Has matado a tus muchachos, prostituido a tus hijas, despreciado a tus artistas, afamado a tus criminales, arruinado a tus ricos, avergonzado a tus pobres, absuelto a tus culpables, condenado a tus inocentes, limpiado a tus gamines, ensuciado tus aguas. Es increíble, en serio, que sigás vivo. Y con ganas de fiesta, porque sos al mismo tiempo el galán y la niña más bonita del baile. El Coco y la teta –sin la que, como sabés, no hay paraiso–. En vos se hunde y se pierde mi memoria esquizofrénica, llena de lo peor, y de la humanidad más desgarradora. La mejor. La que sirve. La de verdad. La que sabe a sangre y visceras. Y a mujer desnuda. Me has hecho un disparate, a tu imagen y semejanza. Por eso somos buenos tipos, a pesar de nosotros mismos. Por eso llegará el día en que por vos apagaré una velita, como un alma, y te diré: querido Medellín, larga vida a tu absurdo.

ESTEBAN GIRALDO

Foto: Juan Fernando Mejía: www.piedraenelojo.blogspot.com

lunes, 25 de octubre de 2010

Meseras en patines


Por pereza -para que octubre no pasara solo con una rayita- estas perlitas de plástico, de bobada y cursilería.


Receta del éxito: Haz caso (omiso).


Primer nuevo mandamiento: no amarás.


Al corazón humano se niega la entrada, no la salida.


Lo difícil no es que ocurra el milagro. El milagro es notarlo.


La vida es bella. El hijueputa es uno.


La vida es un golpe seco (con una expectativa de vida de 72 años y medio).


El principio de la humanidad es la planta de los pies.


¿Un hijo? No, un hijo no. Un hijo es una mala hipótesis.


Entre todos los bares de la ciudad sólo le gustarás a una mesera linda. ¡Búscala!


Un ruso siempre es un hombre que ha sobrevivido al último día de la humanidad. Un gringo siempre está viviendo el primero. Un inglés hace lo posible para que el último y el primer día sean posibles. ¿Adivine usted quién es el que echa un discurso en la academia sobre el asunto?


Un escritor es un tipo que a los treinta años de edad escribe como uno de quince. A los cincuenta escribe como uno de cincuenta. Y a los setenta, si es realmente bueno, sus libros tienen la edad de todos los hombres.


De la importancia de nacer donde uno nace. De Cortázar haber nacido en Colombia Rayuela –no necesito decir que quizá sea la novela más importante escrita en castellano después del Quijote, que fundó todo– se llamaría –ay, horror– “Golosa”.


No creo que en español exista una palabra que incluya tan bien su definición en sí misma como “espero”: Es, ¿pero?


La expesión “literatura universal” –con el perdón de Goethe– tiene un pequeñísimo error: omite los idiomas.


El problema de la literatura es uno: sueño.


Un escritor puro es quien no tiene absolutamente nada que escribir y, sin embargo, escribe.


Viendo los nombres a los que se adjudican premios, los títulos de las obras, las fotos, los argumentos… me doy cuenta que en literatura todo es lo de menos: hasta la literatura.


Le dice el director inédito a la actriz sin estrenar: “te ofrezco la oportunidad de hacer el ridículo que nunca has hecho ni nunca harás en tu vida”.


-Me siento muy solo… Me siento muy solo… ¿Aló?... ¿Aló?


Que Dios lo bendiga, y que María (Magdalena) lo acompañe.


ESTEBAN GIRALDO
IMAGEN: FRANS WESSELMAN

sábado, 25 de septiembre de 2010

Entrada doble.


Advertencia

En el futuro, los hombres harán las cosas importantes por intermedio de gemelos artificiales, mal llamados clones, como si alimentaran una y otra vez su ego; así podrán dedicarse al ocio, a las artes, a la literatura.

Yo, clon de clon de profeta, se los advierto.


***


Entrevista


– Todo el mundo escribe cuentos. Y no me parece gracia.

– Pero los suyos son muy buenos. ¿Cómo los escribe?

– Así –respondió el otro.


ESTEBAN GIRALDO.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Contra la patronal



Transcribimos, sin permiso del autor, las palabras pronunciadas en el lanzamiento de su primer y único libro.


Buenas noches.


Cuando uno piensa en el libro que no ha escrito, y que desea, a veces cree –a veces se lo cree con delirio rastrero– que puede escribir un buen libro. Ni siquiera una obra maestra o un volumen con vocación de clásico. Nada de eso porque, por supuesto, el delirio no es tanto: a uno le basta con que alcance a ser literatura. Pero siéntese pues a escribirlo.


La lucha es una lucha sindical. Pida el triple a ver si de golpe recibe la mitad de lo que buscaba. Pídase el triple de lo que puede dar. Y sepa que es tres veces más incapaz de lo que creía. Y sin embargo persista. Todavía sigue ahí ese libro bueno que usted quería escribir. Créase Raymond Carver, Quim Monzó, Michel Houellebecq, Clarice Lispector, ay, créase Julio Cortázar. Y dese cuenta de que no es más que usted mismo. Usted es un disparate. Toda la historia del hombre y de la literatura, “de Homero a Lugones” –como dice el tango–, y uno ahí, peleando con la patronal. Y no se trata de propiamente de violencia, se trata de desprecio –que es una violencia todavía más mortal–. Basta leer algún párrafo de algún Capo-Recapo y contrastarlo con alguno de los que usted acaba de escribir para sentir ese desprecio. Hondo, duro. Lo suyo es tan de cuchillerito de baja estofa que da risa. Sin embargo no hay que ponerse a llorar, no se queje, nadie lo mandó a escribir. Y está bien que se sienta mal. Ellos, los capos, también se sintieron así, al principio. En eso sois hermanos. Luego será nuevamente la rabia. El dolor de cada palabra, de cada coma, de cada punto. Porque sí, físicamente duele. Cansa como la maratón. Y si después de todo sigue estando ahí el buen libro que usted quería escribir –y que todavía no ha escrito–, no le quedará otra que continuar, como un autómata, fatal, desvergonzadamente. Y en eso, ojo, se le puede ir la vida.


Llegado el momento es bueno que se rinda. Entregue las banderas, renuncie a sus pretensiones proletarias, firme un armisticio donde todas las cláusulas sean en su contra, declárese culpable, acepte sin réplica su condena de muerte y al final muérase, porque lo ha dejado todo en el papel. Su epitafio será esta pequeña maravilla de 90 páginas. Un libro. A la larga ya no tiene nada que perder. Y no importa que no sea el buen libro que a usted le hubiera gustado escribir, a condición de que sea lo mejor que pudo hacer. Ya ese libro bueno vendrá –o no vendrá– cuando el cuerpo esté listo para otra lucha, para otra batalla. La guerra, compañerito, apenas comienza.


Mientras tanto, haga lo que le decía Kavafis a Antonio: resígnese y sea digno de usted mismo.


Cuando de pronto a medianoche escuches

pasar el invisible tropel

-con admirables músicas y voces-

no lamentes tu suerte, tus obras

que fracasaron, las ilusiones

de una vida que llorarías en vano.


Como dispuesto desde hace tiempo, como valiente

despídete de Alejandría que se aleja.

No te engañes, nunca digas

que fue un sueño, que tus oídos te confunden.

En tan vanas esperanzas no caigas.


Como dispuesto desde hace tiempo, como valiente

como quien fue digno de tal ciudad

acércate a la ventana

y escucha con emoción

no con las quejas y súplicas de los cobardes

la música exquisita de ese tropel divino

y goza por última vez sus sones

y despídete, despídete de la Alejandría que pierdes.


Muchas gracias.


No me queda más que agradecer a mis papás, a quienes está dedicado el libro. A Carlos Gaviria y a Marielita de Hombre Nuevo Editores, por la paciencia. A Susana Aristizábal, por su buen gusto. A José Gallardo, que es Música Inmobiliaria, por su generosidad. A la Alcaldía de Medellín y a la Secretaría de Cultura Ciudadana, por haber cometido la irresponsabilidad de encargarme este libro; les cabe aquella frase de Víctor Hugo, nada menos que en Los Miserables: "Mantenerse en un error austero es una equivocación que respira grandeza". A todos ustedes por estar acá. A los que aun queriendo no pudieron llegar. Esto justifica mi vida.



Esteban Giraldo González

Medellín, 10 de septiembre de 2010.


IMAGEN: FERNANDO VICENTE.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Un acto fallido


Un libro de atún.

La Editorial Hombre Nuevo y la Alcaldía de Medellín -con su programa de becas a la creación artística- han alcahueteado esta vagabundería: literatura adolescente para mayores de 21 años. Un bobo calladito no se nota; y a este le dio por escribir un libro. Bendito sea.

Si quiere ser testigo del absurdo vaya este viernes a las 7 de la noche al Jardín Botánico de Medellín.

Lleve la cédula. Y plata. Y trago. En ese orden, pero al revés.

IMAGEN: Susana Aristizábal


viernes, 3 de septiembre de 2010

Conflicto


El conflicto entre lo que consideramos Imaginario y Real podría librarse en la transformación que hay entre la Animalidad y la Humanidad. Es la eterna lucha entre lo subjetivo y lo objetivo. Sin embargo, los bandos no se han definido. ¿Es lo Subjetivo producto de la imaginación? ¿Es lo Objetivo producto de lo Real? ¿O acaso es al sentido contrario? Sea como sea, la combinación perfecta de lo que se concibe bajo los dos términos la conocemos como Ciencia. Si se mantiene esto cabe preguntarse: ¿La Ciencia es un producto de la Imaginación sobre lo Real o una conquista de Lo Real sobre la Imaginación? Para decirle a muchos que pretendo poner puntos seguidos a manera de suspensivos, no propongo uno final sobre el asunto; excepto unas frases que dan cuenta del conflicto. Las víctimas o bajas que resultan serán representadas al momento en que cada internauta ponga un punto final.

El Hombre fue separado de tus Entrañas, ¿por qué preguntas por algo que conoces?

Me expulsaste, ¿por qué me persigues?

Me ofreciste Todo, ¿por qué ahora me prohíbes?

Me arrebataste Aquello desde el principio, ¿por qué cuestionas mi Búsqueda?

Quieres que encuentre Algo, ¿por qué me lo escondes?

Me trataste como un Juguete, ¿por qué no es Mi turno?

Me hablas de Átomos, ¿por qué no puedo hablar de Monstruos Descomunales?

Si me hablas de Lo Verdadero, ¿por qué no puedo hablar de lo Inconmensurable?

JUAN MANUEL GIRALDO.

lunes, 30 de agosto de 2010

Discurso de grado II


El que todo lo entrega siempre recibe injusticia. Por eso bruscamente deberíamos prometer que siempre estaremos dispuestos a fracasar mejor. Y semejante afirmación nada tiene de triste ni de desencantada, menos en un rito de institución como el que hoy nos reúne; fracasar mejor, hemos dicho, no peor. Lo prometemos para obligarnos a no ser mezquinos, para ser virtuosos. El talentoso es quien más fracasa; la medida de su grandeza no se halla en las riquezas del mundo sino en sí mismo. Elegimos el fracaso porque a veces el éxito, como la perfección y la muerte suponen un acabamiento insoportable. Entendemos que el fracaso no es la ausencia del éxito o un mal éxito; el éxito es, sin más, la imposibilidad de moverse, de atreverse a fracasar, para fracasar mejor.

Una vez finalice esta ceremonia seremos definitiva e inapelablemente adultos. Se nos habrá impuesto una obligación nunca antes tan imperiosa. En un mundo interconectado al punto de hacer desaparecer la geografía, donde infinidad de expresiones pueden estar en todos los espacios, reproducidas indefinidamente en el tiempo, donde todo puede explicarse por ese lugar común que dice: “es que fue un problema de comunicación”, se nos exige ser comunicadores profesionales. Y utilizamos la expresión “comunicadores profesionales” en sentido amplio: tanto como comunicadores sociales o como periodistas o como fotógrafos o como escritores o como futuros cineastas. Omitimos la mención del guión escrito en nuestros diplomas de Comunicadores Sociales – Periodistas porque ese guión a estas alturas se parece mucho al signo matemático del menos.

En fin, se nos pedirá que en la multitud de signos y de ruidos que recorren el globo en una milésima de segundo, seamos capaces de fraguar voces que no hablen desde la atorrancia de un interés mezquino sino desde la certidumbre de decir aquello que debe ser dicho o debe ser callado, defendiendo unos valores ya casi olvidados pero implicados en ese adjetivo “social”, nada menos que la libertad y la igualdad. Será necesario empeñarnos en desmentir el tan famoso como detestable aforismo de Karl Krauss: “no tener una idea y poder expresarla es lo que hace al periodista”. Y seguramente cuando estemos diciendo aquello que tiene que ser dicho porque es importante decirlo o porque es una idea genuina, nuestra voz será apagada a la fuerza o simplemente se diluirá en el galimatías del mundo, donde ya nadie está dispuesto a escuchar, tan ocupados como están todos en vender verdades desechables. Mas en ese momento persistiremos en el intento de articular un diálogo, una comunicación honesta, plural. Y puede que aun así nadie quiera escucharnos. Y si al final nadie nos escucha, entonces callaremos. Fracasaremos. Y nuestra gloria será ese fracaso, porque cuando nuestro murmullo haga falta, el mundo sabrá que la historia del hombre ha cometido otra injusticia. Después se nos pedirá que retomemos la palabra, y ahí estaremos nosotros, nuevamente, dispuestos a fracasar mejor.

Sin embargo, antes de salir de esta sala debemos ser conscientes que no salimos intactos. Estuvimos con mujeres a las que quisimos decirles que nuestra definición era esperarlas, pero a veces nos faltó el valor. Conocimos personas en cuya sonrisa había dos cosas a la vez: una costumbre insensata y un fragmento de historia universal. Entre un golpe y otro de alegría resistimos aburrimientos insufribles. Aprendimos que en la carrera arrastramos a esos bellos seres inocentes que ahora están o quisieran estar aquí en calidad de familiares, y de tan rápido que íbamos casi nunca les dimos las gracias –sea esta la oportunidad–. Nos educó el amor, ese otro juego en el que sólo se trata de darlo todo y a cambio se recibe injusticia. Gracias a eso, salimos fuertes, con la probada capacidad de alcanzar aquello que nos prometemos y con la suficiente generosidad de entregar lo que para otros sería muy doloroso entregar.

Ahora estamos aquí, felices, celebrando y pidiendo que para alcanzar el éxito no se nos exija ser mezquinos. Sabemos que al cabo del tiempo nuestra capacidad de entrega será tan grande que perderá más la justicia con negarnos lo que es nuestro, que nosotros con la imposibilidad de reclamarlo. Luego vendrá el punto final de los finales, y pueda ser que allí, más allá de la tristeza de nuestros cuerpos, la nada nos sea favorable.

ESTEBAN GIRALDO.
IMAGEN: CHEMA MADOZ.