lunes, 30 de agosto de 2010

Discurso de grado II


El que todo lo entrega siempre recibe injusticia. Por eso bruscamente deberíamos prometer que siempre estaremos dispuestos a fracasar mejor. Y semejante afirmación nada tiene de triste ni de desencantada, menos en un rito de institución como el que hoy nos reúne; fracasar mejor, hemos dicho, no peor. Lo prometemos para obligarnos a no ser mezquinos, para ser virtuosos. El talentoso es quien más fracasa; la medida de su grandeza no se halla en las riquezas del mundo sino en sí mismo. Elegimos el fracaso porque a veces el éxito, como la perfección y la muerte suponen un acabamiento insoportable. Entendemos que el fracaso no es la ausencia del éxito o un mal éxito; el éxito es, sin más, la imposibilidad de moverse, de atreverse a fracasar, para fracasar mejor.

Una vez finalice esta ceremonia seremos definitiva e inapelablemente adultos. Se nos habrá impuesto una obligación nunca antes tan imperiosa. En un mundo interconectado al punto de hacer desaparecer la geografía, donde infinidad de expresiones pueden estar en todos los espacios, reproducidas indefinidamente en el tiempo, donde todo puede explicarse por ese lugar común que dice: “es que fue un problema de comunicación”, se nos exige ser comunicadores profesionales. Y utilizamos la expresión “comunicadores profesionales” en sentido amplio: tanto como comunicadores sociales o como periodistas o como fotógrafos o como escritores o como futuros cineastas. Omitimos la mención del guión escrito en nuestros diplomas de Comunicadores Sociales – Periodistas porque ese guión a estas alturas se parece mucho al signo matemático del menos.

En fin, se nos pedirá que en la multitud de signos y de ruidos que recorren el globo en una milésima de segundo, seamos capaces de fraguar voces que no hablen desde la atorrancia de un interés mezquino sino desde la certidumbre de decir aquello que debe ser dicho o debe ser callado, defendiendo unos valores ya casi olvidados pero implicados en ese adjetivo “social”, nada menos que la libertad y la igualdad. Será necesario empeñarnos en desmentir el tan famoso como detestable aforismo de Karl Krauss: “no tener una idea y poder expresarla es lo que hace al periodista”. Y seguramente cuando estemos diciendo aquello que tiene que ser dicho porque es importante decirlo o porque es una idea genuina, nuestra voz será apagada a la fuerza o simplemente se diluirá en el galimatías del mundo, donde ya nadie está dispuesto a escuchar, tan ocupados como están todos en vender verdades desechables. Mas en ese momento persistiremos en el intento de articular un diálogo, una comunicación honesta, plural. Y puede que aun así nadie quiera escucharnos. Y si al final nadie nos escucha, entonces callaremos. Fracasaremos. Y nuestra gloria será ese fracaso, porque cuando nuestro murmullo haga falta, el mundo sabrá que la historia del hombre ha cometido otra injusticia. Después se nos pedirá que retomemos la palabra, y ahí estaremos nosotros, nuevamente, dispuestos a fracasar mejor.

Sin embargo, antes de salir de esta sala debemos ser conscientes que no salimos intactos. Estuvimos con mujeres a las que quisimos decirles que nuestra definición era esperarlas, pero a veces nos faltó el valor. Conocimos personas en cuya sonrisa había dos cosas a la vez: una costumbre insensata y un fragmento de historia universal. Entre un golpe y otro de alegría resistimos aburrimientos insufribles. Aprendimos que en la carrera arrastramos a esos bellos seres inocentes que ahora están o quisieran estar aquí en calidad de familiares, y de tan rápido que íbamos casi nunca les dimos las gracias –sea esta la oportunidad–. Nos educó el amor, ese otro juego en el que sólo se trata de darlo todo y a cambio se recibe injusticia. Gracias a eso, salimos fuertes, con la probada capacidad de alcanzar aquello que nos prometemos y con la suficiente generosidad de entregar lo que para otros sería muy doloroso entregar.

Ahora estamos aquí, felices, celebrando y pidiendo que para alcanzar el éxito no se nos exija ser mezquinos. Sabemos que al cabo del tiempo nuestra capacidad de entrega será tan grande que perderá más la justicia con negarnos lo que es nuestro, que nosotros con la imposibilidad de reclamarlo. Luego vendrá el punto final de los finales, y pueda ser que allí, más allá de la tristeza de nuestros cuerpos, la nada nos sea favorable.

ESTEBAN GIRALDO.
IMAGEN: CHEMA MADOZ.

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