Lucila Perea quiso escribir toda la historia en el cartel, pero no tenía las palabras. En el computador de un café internet escribió: “Juan González. Desaparecido”. Pidió que le ayudaran a poner la última foto que tenía de él en el centro de la página. Abajo puso un número de celular. Quiso poder escribir “Recompensa” pero no tenía el dinero para respaldar esa súplica. Con plata prestada imprimió todas las copias posibles y salió a pegarlas en todos los postes que pudo, hasta que ella misma comenzó a sentirse perdida, desaparecida.
Días después Juan González se vio en uno de esos carteles y, agradeciendo que Lucila Perea no tuviera palabras para escribir toda la historia, lo despegó del poste. Desde ese momento se vio en todos los postes y de todos los postes quitó los carteles. Siguiendo su rostro repitió el trayecto que ella había recorrido perdiéndose. Cuando sospechó que Lucila Perea había llorado poniendo los avisos que él quitaba, Juan González lloró. Lloró hasta que no quedaron más postes.
Lucila Perea se dio cuenta de que los carteles ya no estaban. Con otra plata que no era de ella sacó más copias y las puso en los mismos postes. Juan González volvió a quitarlos.
De ahí en más Lucila Perea no tuvo más oficio que poner esos avisos. Reiterar patológicamente esa, su última esperanza. De ahí en más Juan González no tuvo más oficio que quitarlos. Reiterar patológicamente esa, su última culpa. Repetir la historia en los mismos postes que, en la noche, por defecto, mal alumbraban esas tristezas incontables. E incontable es la última palabra en la que puede pensarse antes de detenerse enfrente de la evidencia indiscutible de la vergüenza. Y el dolor.
Un día, mientras pega carteles Lucila Parea ve a Juan González quitándolos. Ambos están concentrados en los mismos postes. En todos esos postes. Sin que le importe, ella sigue pegándolos. Juan González la ve cinco, seis postes más adelante. Sin que le importe, él sigue quitándolos. Y así siguen todos los días, todas las noches, todos los meses, aplazando el encuentro, perdidos, desaparecido uno del otro porque atrás, y adelante, sigue toda esa historia que ninguno de los dos tiene palabras para contar. Menos reconstruir.
ESTEBAN GIRALDO
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