martes, 19 de agosto de 2014

Chococono en bicicleta

Feliza le da la siguiente instrucción a Harvey, su hijo: “ve rápido y compra seis huevos”. Al final de la orden, viendo en la cara de Harvey la pura ilusión, accede: “muchacho, y si te sobra, te compras el Chococono, ¡pero ve rápido!”. Los huevos eran para un rollo de carne que había vendido caro a una cachaca que se estaba quedando en el hotelito donde Feliza trabajaba. El Chococono obedecía a la solicitud que Harvey había hecho en todos los tonos desde hace, al menos, una semana. Aunque el muchacho se manejara bien o se rebelera siempre repitiendo que qué tanto era pedir un Chococono, Feliza no había tenido cómo dárselo. “Eso no alimenta”, le repetía en cada negativa. Sólo hasta ese día, gracias a la venta del rollo para el que necesitaba los huevos, pudo Feliza permitirse el lujo de ofrecerle a Harvey un Chococono en vez de un sencillo plato de comida.

Se va entonces Harvey en su vieja bicicleta, tal vez muy grande para su estatura, como una exhalación para la tienda. No levanta polvo por los caminos porque va muy rápido y porque, todo hay que decirlo, ha llovido hace poco. Casi no lo ven sus amigos, que juegan pelota dándole a la fachada del abandonado centro de buceo. Él no quiere parar a saludarlos y decirles que va a comprar un Chococono porque sospecha que se le pegarían y le tocaría compartir. Además, cuando termina de pensarlo, ya va como dos cuadras más adelante. No tiene tiempo de reprocharse ese egoísmo, su mente y su cuerpo tienen como único objetivo llegar lo más rápido posible. Y, de verdad, llega lo más rápido que puede. Si existiera un récord que registrara el menor tiempo entre su casa y la tienda, él se habría convertido, en ese momento, en plusmarquista universal. En el mundo no ha habido algo más parecido a la teletransportación. Sin frenar se tira de la bicicleta, que va a dar contra un muro de la alcaldía que dice: “San Onofre. Moderna, agrícola y turística. 2008-2011”. Sudoroso, gritando, Harvey pide seis huevos y un Chococono. Arlenys, la muchachita hermosa que atiende, cuenta la plata que Feliza le ha entregado envuelta como un pequeño tamal a Harvey. Le informa que no alcanza. Harvey maldice su suerte, detesta a Arlenys, así esté vagamente enamorado de ella, y le dice: “Fíame el último huevito”. Arlenys, a pesar de su sonrisa conmovedora y de que el muchachito le cae bien, tiene que ser cortante. Regaña a Harvey recordándole que ya deben mucho y que, como han acordado, lo que compren antes de cancelar la cuenta pendiente tienen que pagarlo chan con chan. Después le propone que se lleve cinco huevos y el Chococono. Harvey acepta al tiempo que su amor por Arlenys pasa de vago a concretísimo. ¿Qué diferencia puede hacer un huevo? Además cuando llegue a la casa ya se habrá terminado el Chococono y podrá aguantar, feliz, toda la cantaleta que la histeria de Feliza sepa inventar. Arlenys procede. Cuando sale de la tienda, Harvey pone con cuidado la bolsa con huevos sobre la manilla derecha de la bicicleta, destapa el Chococono y sale comiéndoselo hábilmente mientras comienza a dar pedal. Verlo avanzar hacia su casa merece una foto, ingrávido y sagaz sobre el sillín de su cicla. Qué destreza. También sería meritoria, y triste, la foto de lo que ocurre a continuación. Harvey trata de esquivar un hueco que no advierte con anticipación. Por la humedad las llantas de la bicicleta resbalan. Harvey pierde el equilibrio y cae. Los huevos se convierten en un batido dentro de la bolsa. El Chococono vuela a la mismísima mierda. Por el golpe, la barbilla de Harvey sangra. Sin darse cuenta de eso Harvey corre hasta el Chococono, que le ha dado por aterrizar en un lodazal. Lo levanta. Pérdida total. Escurre lo que parecen aguas negras. Harvey maldice su vida por segunda vez. En todo caso limpia como puede el helado, o lo que queda de él, y recoge la bolsa con cinco huevos quebrados y la cicla. Se va caminando hacia su casa. Qué derrota. 


Llegando se encuentra con sus amigos, a quienes les ofrece el Chococono y les pide que no pregunten por los huevos quebrados. Ellos, arrebatándose el helado, le piden que al menos se limpie, que viene sangrando. Harvey se toca el mentón con un dedo. Siente dolor y ve su camisilla manchada de rojo. Llega hasta la casa y le entrega a su mamá la bolsa de la que gotea tortilla cruda. Antes de que comience la reprimenda, Harvey le exige a Feliza que la próxima vez no le pida que vaya tan rápido, que por hacerle caso los seis huevos vienen así. “Y mira, hasta me reventé la cara”. Le muestra la herida y se resiente, exagerado. Feliza se traga la retahíla que tiene lista desde el principio de la humanidad y mira el interior de la bolsa. Le parece que en todo caso queda suficiente para darle consistencia al rollo de carne y cumplir con el pedido. Se promete que cuando lo cobre pagará algo de la deuda en la tienda y le dará para un Chococono a Harvey.

ESTEBAN GIRALDO

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