Hombre William:
Yo sí no me voy a poner a darte
cursillos de orientación ideológica porque ni yo soy Vallejo ni vos sos García
Márquez. Vos que sos tan amigo de los dos sabés de qué te estoy hablando. Y
debés recordar que en ese cursillo se habla de un dictador tropical, “y de
todos los lambeculos aduladores suyos como vos”. Pero ese vos no sos vos, no te
preocupés.
Ese “vos” es Gabito, y el
dictador adulado es Fidel Castro, a quien vos también admirás mucho, según le
dijiste a Cecilia Orozco. Le dijiste además que fue el bloqueo económico el que
no dejó florecer el proyecto generoso de Castro. Yo de vos agregaría que tampoco
floreció por culpa de los apátridas que se fueron de la Isla, esos que el
comandante generoso bautizó, en nombre del Pueblo, cuando el Mariel, “la
escoria”. Pero no naveguemos por esas aguas turbulentas y hablemos solamente de
Venezuela y del comandante Chávez. No revolvamos dos revoluciones distintas. Triunfales
ambas, eso sí, y aclamadas por todo el pueblo latinoamericano que se resiste a
la opresión del imperialismo y sus aliados locales. Mejor que hablen de Cuba
los que la conocen por dentro, los que hayan vivido con veinte dólares al mes, sin
comida suficiente, sin libros (como no sean los autorizados por el régimen),
sin derecho a la asociación libre, sin acceso a la información (como no sea la
del Granma), con todas las libertades
coartadas, en la delación, en la represión, en la pobreza, en el miedo, sin poder
salir, sin poder disentir, sin poder ser homosexual ni anticastrista ni nada
porque el único poder legal es el de la Seguridad del Estado. ¿Te imaginás vos
sin poder leer a Whitman en inglés? ¿O sin poder entrar y salir, sin poder
opinar a favor de la democracia? ¿O sin poder, a secas? ¿Qué sería de vos,
William, si se te negaran esos y otros gustos que tenés? Pero no sigo porque sé
que esa es la Cuba que vos conocés y admirás, la Cuba profunda, la de la
Revolución, no la de los hoteles y los restaurantes y la Bodeguita del medio. Eso
no lo dudo.
Se murió pues el comandante
Chávez y vos no ahorraste elogios para el último adiós. Me parece muy bien. Porque
yo sí te digo una cosa, William: que cada quien haga sus duelos como quiera.
Por mí, que todo el mundo exprese su admiración libremente por el que le dé la
gana. Yo desde que leí tu franja amarilla aprendí a valorar el disenso y la
pluralidad de opiniones en una democracia. Por eso acepto que vos, al golpista,
lo tratés de “demócrata”; al demagogo y populista, de “gran hombre”. Además vos
sos poeta y te podés dar licencias poéticas.
Otro que se toma licencias -más
de las que da la democracia pero menos de las que necesita la Revolución- es el
sucesor de tu comandante: Maduro, el chambón. Tomándose todas las licencias
llegó al poder, o siguió en el poder, al que tu demócrata y gran hombre se
atornilló durante catorce largos años. Volvió pues a ganar tu revolución
bolivariana, y con qué claridad, con qué holgura, con qué talante democrático.
No ganó porque haya cometido fraudes o porque haya saboteado a la oposición,
esas son calumnias de los escuálidos. Ganó porque en Venezuela la Revolución es
una fuerza aplastante.
¿Y de este revolucionario
también vas a decir que es un gran hombre? No te apurés, William, esperá un
poquito. No dejés que se te suelte la mano y le empecés a poner tus adjetivos
grandilocuentes. Esperemos a ver qué pasa con el ungido, qué hace con el legado
del comandante, con la Revolución y con el petróleo. Mientras tanto podrías
escribirte unas buenas columnas contra la necia oposición venezolana, contra su
quejadera injustificada, contra esa gente que no tiene, como vos, el sentido de
las proporciones históricas: se les hace una Revolución y siguen preocupados
dizque por el desabastecimiento general. ¡Que no jodan! Escribite dos o tres columnitas
de largo aliento, como te gustan a vos, bien engoladas, para que entiendan allá
cómo son las cosas en la Revolución bolivariana. Ilustralos.
Hombre William, sin darme
cuenta me fui por las ramas. Yo te quería hablar era de poesía y de esas frases
tuyas tan conmovedoras. Por ejemplo: “Chávez entrará a la mitología de los
altares callejeros”. ¡Uy, William! Por poco y te salen dos endecasílabos
perfectos. Le ponés otro adjetivo de los tuyos y listo, te queda una loa, una
oda, una apología, un cántico. O esta otra, síntesis admirable de la
Revolución: “Venezuela es el único país de América Latina en donde los pobres
están contentos y los ricos están molestos”. Esta sí te salió perfecta, con
ritmo, rima y sentido. El problema, William, es justamente ese: que tu
revolución bolivariana está dejando a todos los venezolanos contentos.
PABLO CUARTAS
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