Gracias por participar, le iban a
decir el presidente, los organizadores y los periodistas. Peor: ni eso le iban
a decir. Su lugar fuera del podio era tan previsible que cualquier esperanza
era ridículamente ilusa. Como casi todas las veces, era del montón. Y no solo
eso: esta vez, otra vez, lo tenía todo en contra. En el ciclismo, en ese
deporte suicida, en esa competencia más dolorosa que el boxeo, si no sos un
capo siempre lo tenés todo en contra: el pelotón, la carretera, la bicileta, tu
propio cuerpo. Y no solo eso: era una etapa plana, concebida para otros. Ni
siquiera para otros, para otro, para Cavendish, el hijo de la casa, el futuro sir por esa medalla de oro que ya tenía
su nombre y que le iban a entregar por los-méritos-de-su-infancia.
Así y todo llegó segundo
Rigoberto Urán en la prueba de ruta de la olimpiada, mientras la delegación
colombiana veía la derrota, esta sí inevitable, de Falla contra Federer. Urán
cometió esa imprudencia: la irresponsabilidad y la injusticia que siempre hay
en el milagro. Esa proeza, ese puntico en la historia de la risible historia de
deporte colombiano.
ESTEBAN GIRALDO
A punto de llegar mira hacia atrás porque ya no hay nadie más que le haga zancadilla.
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