sábado, 28 de julio de 2012

La soberbia del que claudica




Gracias por participar, le iban a decir el presidente, los organizadores y los periodistas. Peor: ni eso le iban a decir. Su lugar fuera del podio era tan previsible que cualquier esperanza era ridículamente ilusa. Como casi todas las veces, era del montón. Y no solo eso: esta vez, otra vez, lo tenía todo en contra. En el ciclismo, en ese deporte suicida, en esa competencia más dolorosa que el boxeo, si no sos un capo siempre lo tenés todo en contra: el pelotón, la carretera, la bicileta, tu propio cuerpo. Y no solo eso: era una etapa plana, concebida para otros. Ni siquiera para otros, para otro, para Cavendish, el hijo de la casa, el futuro sir por esa medalla de oro que ya tenía su nombre y que le iban a entregar por los-méritos-de-su-infancia.

Así y todo llegó segundo Rigoberto Urán en la prueba de ruta de la olimpiada, mientras la delegación colombiana veía la derrota, esta sí inevitable, de Falla contra Federer. Urán cometió esa imprudencia: la irresponsabilidad y la injusticia que siempre hay en el milagro. Esa proeza, ese puntico en la historia de la risible historia de deporte colombiano. 

Y segundo llegó justo por eso, porque se descuidó al final, porque la cagó, porque se le salió el colombiano en los últimos metros. Porque esa victoria no era para él, porque lo tenía todo en contra –aun cuando ya lo hubiera superado–, porque de vuelta ni el presidente ni los organizadores ni los periodistas le iban a agradecer. Y siendo así las cosas, uno quisiera creer que Urán, del que ahora en más dirán “ese monstruo, ese súper humano, ese-Induraín-del-futuro”, perdió, perdió llegando de segundo, adrede, a propósito, porque-le-dio-la-gana. Ese, que era del montón, ese suicida, ese que ha soportado más muendas que un boxeador, tuvo la soberbia del que claudica para darnos una lección. 

ESTEBAN GIRALDO

1 comentario:

  1. A punto de llegar mira hacia atrás porque ya no hay nadie más que le haga zancadilla.

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