Lugar: Auditorium Maximum
Fecha: 28/04/2012
Hora: 12:36 aproximadamente
Evento: Acto inaugural del homenaje a
John Cage. Concierto con obras de la compositora Natalia Valencia Zuluaga.
Orquesta Sinfónica EAFIT. Directora: Cecilia Espinosa A.
Difícil tarea me he propuesto, pero no
imposible: poner en palabras mi experiencia en el concierto que más me ha
conmovido en lo que va del año. Tomo distancia, le doy una calada a mi
cigarrillo, me río de mi posición tan cliché al escribir y continúo.
Lo único que deseo decir sobre John
Cage es que tal vez nunca existirá un personaje igual. Para Cage todos los
sonidos del mundo eran música. Él mismo lo afirmaba. Cuando los periodistas le
preguntaban que si no le molestaba que la gente se riera de sus obras, él respondía:
“siempre he preferido la risa al
llanto”. Y siempre lo respondía con una inmensa sonrisa. Les
recomendaría escucharlo todo, no solo su obra más conocida: 4’33’’; les sugeriría también que
leyeran Silence, que miraran
todas las entrevistas, performances y demás obras que hizo.
Natalia Valencia Zuluaga es tal vez
una de las compositoras más importantes a nivel nacional. Poco célebre, pero ¿qué es la celebridad? Lo
leí en un trino de Jodorowsky: “Es ser
conocido por los que no te conocen”. Un
compositor, un artista, un hacedor de cualquier cosa debe ser reconocido por lo
que hace. Natalia Valencia Zuluaga es una compositora incansable, me atrevería
a decir que todos los días de su vida los ha dedicado a la música.
Ahora el concierto. Comenzó
con un estreno absoluto: 1987. Obra para orquesta, de aliento largo y fuerte, que
nace desde el silencio para
llegar a un gran estruendo, pasmoso, hasta ominoso, para volver al
silencio. 1987 es una pieza
rica en expresividad, donde la música se manifiesta –diría John Cage-
como “la organización de los sonidos”, y donde se hace visible que el
ruido es lo que a uno le parece ruido:
un ruido intenso, como el que nos acalla a ratos, el ruido que nos deja la
pérdida, el ruido que deja el miedo, pero ruido que puede ser silenciado.
Le siguieron dos cuartetos
de cuerda. Miniaturas, una obra
en dos partes contrastantes; la primera ligera y precisa, donde se
evidencia el interés por crear variaciones rítmicas a partir de una partícula mínima. En la segunda
aparecen melodías largas, que permiten mostrar una de las grandes cualidades de
los instrumentos de cuerda: cantar melodías. Y luego Cuarteto, de
carácter contemplativo, donde el espectador es sumergido en una serie armónica,
sugiriendo a ratos influencias del movimiento espectralista francés, pero sin
dejar de lado una fuerte intención por hacer crecer una melodía contrapuntística,
rica también en variaciones rítmicas.
En un buen concierto ocurre
una especie de suspensión, se alcanza una suerte de lejanía que permite la
introspección, una extraña intimidad donde uno está y no está en el lugar,
donde se cohabita con otros oyentes y comparte órbitas creadas por los sonidos que se expanden y contraen por la sala, donde
el tiempo tiene una duración distinta. Este fue el caso.
La última obra que se
interpretó fue Solo, una pieza donde el minimalismo es expresado
líricamente en el chelo. La pieza tiene un carácter idiomático y expresivo, que
remite a estados de profunda concentración; se basa en dos motivos
desarrollados a partir de diversas variaciones, principalmente tímbricas, y
termina en un clímax sobrio. En toda la obra los armónicos cantan libremente.
De la increíble Natalia Valencia Zuluaga sé que tendremos obras para un buen rato,
quizá el tiempo suficiente para que la verdadera celebridad llegue. Por lo
pronto esperaré con ansias su próximo concierto y expreso mi gratitud inmensa
no solo a su obra, sino a eventos como el homenaje a John Cage liderado por
Lucrecia Piedrahita y Wolfgang Guarín. Gracias por permitir que existan más
espacios para la música contemporánea en Medellín. Gracias por permitir que
este pueblo y este país no sean una tierra sin música.
JOSÉ GALLARDO
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