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Alegatos
Date:
Sun, 8 Apr 2012 17:50:56 +0000
Pablo,
¿Viste la pelotera que
armó Abad porque dijo que no le gustaba el teatro? Que él no iba, que no lo
invitaran a esa güevonada ahora que a todos nos gusta tanto el
teatro. Este es el
enlace:
http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-334261-contra-el-teatro
http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-334261-contra-el-teatro
El alegato, la reacción
más candente es la de Fabio Rubiano, que por ser tan belicosa tal vez resulte
ser la mejor. Todo herido el hombre. Pille y me
cuenta:
http://www.revistaarcadia.com/impresa/teatro/articulo/respuesta-fabio-rubiano-hector-abad-faciolince/27981
http://www.revistaarcadia.com/impresa/teatro/articulo/respuesta-fabio-rubiano-hector-abad-faciolince/27981
Un abrazo,
Esteban
***
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Alegatos
Date:
Mon, 9 Apr 2012 08:53:30 +0000
Esteban,
Abad no es santo de mi devoción. Considero que
es un invento de los medios; que su prosa (y no me quiero imaginar su poesía)
es mediocre, insípida, sosa; que es un prêt
à porter de la literatura, un escritor perfecto para nuestra precaria
élite local, la que lee y admira a los columnistas de El Colombiano; que su tono de sabio antioqueño y su omnipresencia
en los asuntos culturales de Medellín, no me generan la más mínima simpatía;
que de El olvido que seremos, aparte
del título y los tres capítulos finales, no se encuentra nada más que pueda
explicar el éxito abrumador de la obra. Pero mejor no sigo. Al fin y al
cabo, Abad ya es el olvido que será.
Esas impresiones me acompañaron durante la
lectura de la primera columna, pues la hipotética figura del lector imparcial
se me hace tan imposible como aburridora. Sin embargo, tras leerla y releerla,
apenas pude entender que se trataba de una ocurrencia un poco chocarrera
-como un chiste destemplado- pero nada más. Se me hizo incluso inofensiva,
ingenua, casi tierna, por la debilidad pero sobre todo por el carácter personal
y sólo personal de los argumentos. Apenas alcancé a ver a un señor diciendo que
no le gusta el teatro y tratando de explicar por qué. Y nada más.
El que sí logró ver mucho más fue Rubiano,
quien tomó la vocería de su gremio y escribió un virulento manifiesto de
defensa del teatro. Vio a un “fóbico”, a un “ignorante”, y le respondió con
tono aleccionador en siete puntos, como si fuera el sermón de las siete
palabras. ¡Y qué sermón! Que Homero no hizo esto sino aquello, que no confunda
esto con aquello... que mire lo que hacen las compañías de Barcelona, que son
un éxito y llenan teatros... que si es así entonces tampoco podrá apreciar a
Lucien Freud, ni a Kurosawa... ¡Qué drama de respuesta! ¿Será por tanto
cultivar el “arte dramático”? Y eso que los actores son muy capaces de reírse
de sí mismos… Qué tal que no.
Una sola pregunta importante queda de esta
discusión bizantina o, mejor, de este malentendido (porque creo que se trata de
eso: de una broma tomada sin humor). La pregunta es: si no es el escritor,
¿entonces quién puede expresar libremente sus opiniones personales? ¿Los
políticos, ceñidos siempre a la conveniencia electoral y a lo políticamente
correcto? ¿Los periodistas, incapaces de escribir un párrafo decente y
pendientes siempre de lo que el dueño del periódico quiera o no quiera
escuchar? Si no es la literatura ese espacio de libertad para decir “yo”,
¿entonces dónde podremos confesar sin miedo, sin culpa, sin buscar redención
alguna, lo que nos disgusta del mundo? No quiero citar ejemplos
desproporcionados ni comparar lo incomparable, pero traigamos, al azar, el caso
de la célebre Modest
proposition de Swift. Yo prefiero que se mantenga la libertad radical
que el escritor detenta, única garantía de que pueda decir lo que quiera. Y
asumo que esa radicalidad pueda dar lugar a desatinos humorísticos como el de
Abad, pero que sin ella son imposibles aciertos irónicos como el de
Swift.
Yo no sé qué es peor: si Abad, un escritor
demasiado banal, o Rubiano, un actor demasiado serio. No sé si es peor el
chiste o el regaño, el desatino o la altisonancia. Por lo demás, no creo que el
arte necesite defensores. Defensores necesitan las ideologías y los credos, que
se mantienen buscando adeptos (o sea público). ¿Será el caso de Rubiano?
Lo cierto es que la ironía, el sarcasmo, los
dobles sentidos, la risa, siguen siendo recursos ajenos a nuestra sensibilidad.
Socialmente, el altercadito entre Abad y Rubiano ilustra una cosa mucho más
grave y más preocupante: la intolerancia, la incapacidad de los colombianos de
burlarnos de nosotros mismos. Triste condición de doble vía que nos hace
demasiado serios en lo superficial y demasiado superficiales en lo serio. Esta
vez, por fortuna, el tema es el teatro, una cosa que -gústenos o no- le incumbe
a una minoría de la población. Pero si el tema fuera la inconformidad ante la
violencia del Estado, por ejemplo, ¿soportaríamos que saliera un funcionario a
darle lecciones de pensamiento político al escritor? Esto ya ha sucedido, de
hecho, y hemos tenido que padecer a un personaje tan atorrante como José
Obdulio Gaviria tratando de convencer a todo el mundo de que lo negro es
blanco, como en los emblemas orwellianos de 1984... Ahí sí: Vade
Retro.
Saludos pascuales,
Pablo
PD: Hablando de alegatos, ¿viste el “editorial”
de El Colombiano sobre el “reportaje”
de El País? Dos perlas: “¡Claro que
tenemos problemas de seguridad y que la violencia absurda sigue arrebatándonos
a muchos jóvenes!” (Tono de vieja gritona). “Nos resistimos a aceptar que
también se nos quiera matar la esperanza” (Tono de vieja llorona). El Colombiano no sirve ni para madurar
aguacates. Leé y verás.
***
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giraldoesteban@hotmail.com
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sanpablocuarto@gmail.com
Subject:
Alegatos
Date:
Tue, 10 Apr 2012 10:08:31 +0000
Cuartas,
Mirá que me jalás la lengua y no puedo parar. Ahí me salió esta
cantinela, esta cantaleta que tocará pedir que publiquen en atunes.
Ya había visto yo
algunas trifulcas a propósito de un reportaje sobre Medellín, publicado por El
País –de España, se entiende– el domingo pasado. Ah, ya me imaginaba yo,
otra vez, la misma cantinela: un periodista europeo sorprendido por la
violencia, la miseria de la vida en Medellín. Un tipo de afuera describiendo todo lo que,
claro, ya sabemos los de adentro: que-no-nacimos-pa´semilla,
que-pa´qué-zapatos-si-no-hay-casa, que-la-vida-es-un-ratico, y dele. Todo lo
que, claro, es verdad. Ah, ya me imaginaba yo, otra vez, la misma cantinela:
las voces indignadas de la gente bien de Medellín repitiendo que la cuidad ha
mejorado mucho, que Medellín es la cuna del maestro Botero, que tiene la
temperatura del paraíso, que se han construído unas bibliotecas muy bonitas y
que, vea usted, hasta fueron visitadas por los reyes de España y que por allá
en Santo Domingo Savio hay unos niños que tocan el violín que son un primor, y
dele. Todo lo que, claro, es verdad.
Lo que no me imaginé es
que El Colombiano saliera con un editorial que es un postre, el bizcocho
de nuestro provincianismo. “¡Basta ya con Medellín!”, se llama. Y es tan
bonito. Vean esta perla: “¡Claro que tenemos problemas de seguridad y que la
violencia absurda sigue arrebatándonos a muchos jóvenes! Pero de ahí a decir
que estamos llenos de sicarios, no es aceptable, porque, sencillamente, no es
verdad.” ¿Cuántos sicarios hacen falta para decir que una ciudad está llena de
sicarios? ¿Algún sociólogo puede dar alguna cifra? A mí me parece que con que
haya uno pues ya hay bastantes. Y pillen esta otra lindura: “Nos han tildado
muchas veces de regionalistas, pero hoy sí que queremos serlo para defender a
Medellín, que es defender a Colombia”. ¿Defender a Medellín? ¿Defender a
Colombia? ¿Eso por qué? ¿Para qué? Sería mejor que El Colombiano se defienda de las faltas de ortografía en sus
páginas, que corregir eso es una cosa sencillita y no un imposible y un
despropósito.
¿Ustedes se imaginan a El
País –de España, se entiende– dedicándole un editorial entero a un
periódico de Colombia porque allí se publicó un reportaje hablando de lo
xenofóbicos, lo pobres, lo arribistas y lo desvergonzados que se han vuelto los
madrileños? Pues no, en Madrid ni se enteran de que hay un periódico que se
llama El Colombiano. Ni siquiera lo harían si ese mismo reportaje lo
publica The New York Times. Menos The New York Times le
respondería a El País, defendiendo a Nueva York, por un reportaje acerca
de lo violenta, lo aterradora, lo inhumana que puede llegar a ser una comunidad
de crackeros en Brooklyn. ¿Ustedes se imaginan al director de ese medio tan
serio escribiendo: “¡Claro que tenemos problemas de seguridad y que la
violencia absurda sigue arrebatándonos a muchos jóvenes! Pero de ahí a decir
que estamos llenos de drogadictos, no es aceptable, porque, sencillamente, no
es verdad”? Yo, la verdad, no lo puedo concebir. Peor: el tipo
defendiendo el “regionalismo”. Ay.
Tan ciego en su
provincianismo está el editorialista de El Colombiano, que ni siquiera
se da cuenta de que el reportaje de El País –de España, se entiende–,
como texto, como periodismo, como escritura, es lamentable. Por ahí sí podría
meterse uno y hasta burlarse de la ingenuidad, de la inocencia beatífica del
pobre corresponsal y los editores del mejor periódico español. Porque el texto
no escupe mala leche, como se podría pensar, sino que resuma pura y dura
candidez. ¿Acaso la labor del buen periodismo no es descubrir lo que no se
sabe? ¿Quién a estas alturas se sorprende de que en Medellín vivan asesinos
como los descritos en el denostado texto? “Contanos una cosa que no sepamos,
que no sepa el mundo, hombre, no nos salgás con la misma cantinela”, habría que
decirle al autor. O bueno, que por lo menos nos cuente eso que ya sabemos de
una manera nueva. Pero no, nada de eso. Tan inteligente que se cree el
reportero, iniciando con un detalle humano, y cerrando con él. Al principio
un-curita-buena-papa que abraza a un sicario al que nadie ha abrazado el día de
su cumpleaños. El mismo curita-buena-papa que, al final, nos entera de que un
año después ese sicario fue asesinado y que nadie le hizo un funeral. Ay, qué
sensibilidad, qué creatividad. Entréguenle a ese periodista el premio rey de
España antes de que se abra la convocatoria, declárenlo fuera de concurso en el
Pulitzer. Se le nota al “escritor” que fue buen estudiante y que se ha leído
los manuales. Pero eso no es suficiente para conseguir un buen texto. Ese
detalle, tan recomendado, tan de cartillla, resulta tan artificioso,
literariamente hablando, que resulta risible, agota en esa chambonada la
crudeza y la verdad que hay en el relato.
Herido en su amor por
Medellín el editorial de El Colombiano no se dio cuenta de eso. Menos se
dio cuenta de la franca idiotez con la cual se explica la degradación humana de
los sicarios en la ciudad de la eterna primavera. Lean, lean bien la
explicación.
“Para los jóvenes sicarios de Medellín, matar o morir
no tiene ningún significado, es un hecho sin más, algo que se hace o se padece
por necesidad, una función técnica y un destino obligado. ‘Es la pérdida del
concepto de lo humano’, reflexiona Carlos Ángel Arboleda, de 61 años, sacerdote
y profesor de doctrina social de la Iglesia de la Universidad Pontificia de
Medellín. Él recuerda que en los primeros tiempos del narco, en la década de
los ochenta, los asesinos a sueldo eran adultos de raíz campesina y con un
pensamiento católico tradicional —básico pero sólido— que les hacía sentir de
otra forma lo que hacían. ‘El primer sicario tenía una religiosidad popular muy
fuerte’, explica. ‘Era consciente de que matar era pecado, pero le valía para
conseguir dinero para la casa y para sacar a la mamá de la pobreza’. El padre Velásquez entiende que esa correa de
transmisión de valores tradicionales se ha ido cortando por la descomposición
de las familias humildes, causada en parte por la rápida incorporación de las
mujeres al mercado laboral”.
Uno estaría inclinado a
pensar que semejante teoría fue publicada en El Colombiano y no en El
País –de España, se entiende–, que hasta donde se sabe es un periódico
respetable. Pero no, ambos diarios terminaron hermanados en la ingenuidad, el
catolicismo y el machismo. A mí que como lector me respeten y no me digan que
los sicarios son más malos hoy porque no van a misa, y que cada vez hay más
asesinos porque las mujeres ya no se quedan en la casa lavándoles los mocos y
los calzoncillos a sus hijos. Que no jodan.
Y ahí no se acaba la
candidez del reportaje. De mis épocas de estudiante me acuerdo de que ojo, que
no hay que creerle todo a la fuente. Que la fuente en general dice lo que cree
que quiere escuchar el periodista. Y este español hace gala de una credulidad
sin límites. Copia todo a pie juntillas. Y peor, lo copia del trabajo que hizo
Federico Ríos, el reportero colombiano al que en el texto solo le dan crédito
por las fotografías. El reportero colombiano que a su vez se copió, en una de
las fotografías, de la obra que hizo Juan Fernando Ospina para La virgen de
los sicarios –el libro y la película–. ¿Además qué autoridad es Fernando
Vallejo para respaldar la miserable opinión de un clérigo profesor de la UPB?
Porque sí, Vallejo termina dándole la razón al eminente catedrático de la
doctrina social de la Iglesia. “Vallejo, que atendió a este diario por
teléfono, recuerda que en aquel tiempo ya estaba ‘bajando la devoción’. Unos
años después, el escritor volvió a pasar por la iglesia de Sabaneta y la
encontró en decadencia”. O esto es muy candoroso y muy necio, o es humor negro.
Una de dos.
Insisto, es tan
lamentable el texto de El País como provinciana la reacción de El
Colombiano, y por lamentable no vale la pena tanta indignación.
Por lo mismo paro ya, que no voy a seguir con esta cantinela a propósito
de esas cantinelas que me imaginaba y de las que no quería ni saber cuando me
desperté hoy.
*
Como verás, yo no tengo
nada en contra de las señoras de El
Colombiano. Mi mamá lo lee.
Un abrazo,
Esteban
Esteban,
ResponderBorrarDe tu cantaleta me gusta mucho esto: “A mí que como lector me respeten y no me digan que los sicarios son más malos hoy porque no van a misa, y que cada vez hay más asesinos porque las mujeres ya no se quedan en la casa lavándoles los mocos y los calzoncillos a sus hijos. Que no jodan”. Ahora, tomarse “La virgen de los sicarios” al pie de la letra es un despropósito. Eso es como cuando en el cine descubierto de Macondo abucheaban a un actor que ya se había muerto en una película anterior. En fin...
-Yo también, como tu mamá, leo el pasquincito de los antioqueños. Sobre todo cuando quiero descansar de la realidad.
Abrazo,
Pablo
Pablo, lo central en este "debate" sobre el teatro no debería ser el tema sino los argumentos. Por eso no entiendo por qué esa tendencia a desviarnos del asunto específico y llevar la discusión a otros terrenos hipotéticos como la política. Es evadir lo concreto que tiene el debate. Yo no creo "el altercadito entre Abad y Rubiano ilustra una cosa mucho más grave y más preocupante: la intolerancia, la incapacidad de los colombianos de burlarnos de nosotros mismos". Esa tendencia a extrapolar también me parece preocupante.
ResponderBorrarYo creo que en este debate hay una de las dos partes que no tiene ni la suficiente información ni el necesario desarrollo argumental, y ese es Héctor Abad. Por supuesto que un escritor y un intelectual se debería poder expresar libremente, pero esa libertad de expresarse tiene un costo y una responsabilidad. De lo contrario el intelectual se reduce a la doxa, a "la violencia de los prejuicios" (creo que esto lo dice Barthes) y del sentido común.
ResponderBorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarPedro Adrián:
ResponderBorrarEs muy cierto eso de que la libertad del escritor contiene, implica una responsabilidad, que nos evite entre otras cosas la “violencia de los prejuicios”. Por eso es alentador, en el fondo, que la columna de Abad haya producido tantas y tan distintas reacciones. Por otra parte, creo que el primer interesado en que sus ideas sean discutidas es el escritor mismo -sobre todo cuando asume el papel de periodista o cuando ocupa un lugar en los medios-, pues no me parece imaginable que los escritores se conformen con el silencio que le sucede, la mayoría de las veces, a sus opiniones.
En cambio, no estoy de acuerdo con pensar en la libertad del escritor en términos de “costo”. Porque si las cosas que dice el escritor pueden tener un “costo”, esto condiciona evidentemente el uso de esa libertad. Si antes de escribir el escritor tiene que calcular el costo de lo que escribe, es esperable que se inhiba y que trate de acomodar su pensamiento al gusto o a la norma general. Ese “costo”, digamos entonces, no puede ser político, o en cualquier caso, no puede limitar la libertad del escritor. Yo no creo, por supuesto, que este sea el caso en la respuesta de Rubiano. Sí pienso que es desproporcionada, y que comete el despropósito de tratar de convencer a alguien de que está equivocado en sus disgustos.
Por último, no me parece descabellado pensar que es el tema, más que los argumentos, lo que se debería aprovechar de esta discusión que, después de todo, es una discusión privada entre dos gustos contradictorios. Los argumentos a favor o en contra del teatro, a favor o en contra de los versos alejandrinos, a favor o en contra del cine mudo, pueden ser interminables, sólo comprometen el juicio estético de cada uno y sólo le incumben -otra vez- a una minoría. Yo no desdeño estos ejercicios argumentales, que incluso me parecen interesantes por sí solos, pero me parece valioso tomar la discusión como pretexto para pensar cuáles son las causas y las posibles consecuencias de esta manera de proceder. No evadamos entonces el debate en lo que tiene de particular y concreto, pero reconozcamos también que el altercado tiene valor de ejemplo y plantea preguntas más amplias que tampoco se deberían soslayar. Es por eso que la extrapolación al campo de la política me parece no sólo posible sino necesaria.
Un saludo,
Pablo
Pablo,
ResponderBorraryo creo que Héctor Abad calculó muy bien su columna(la publicó en la semana de arranque del Iberoamericano) en términos de costo-beneficio y tiene que estar satisfecho con las consecuencias. Entre tantas cosas que le han dicho lo han acusado de oportunista, y le han recordado cómo se montó al tren de los intelectuales que firmaron una carta de rechazo a que España le pidiera visa a los colombianos "al lado" de escritores como Gabriel García Márquez y William Ospina, y el propio Rubiano le reprocha otra muestra de oportunismo (que haya aprovechado la muerte de Santodomingo para contar públicamente como lo conoció). Yo creo que nuestro escritor es un caso paradigmático, y la verdad algo patético, de cómo opera un intelectual que quiere construir una obra pero al mismo tiempono necesita (o no quiere) prescindir de una fuerte presencia en los medios y en el mercado.
Si se me permite extrapolar, lo que esta discusión me genera es la renovación de la pregunta sobre el lugar de los intelectuales en el debate público. ¿Deben permanecer encerrados en sus nichos académicos convenciendo a los convencidos o deben salir a la arena y dar "pasolinianamente" su cuerpo en la lucha? Yo creo que es deseable lo segundo. Una vez asumido eso, el problema es cómo hacerlo. En el debate en cuestión me parece que Héctor Abad comete graves errores porque habla desde la "violencia de los prejuicios" y quiere hacer de sus disgustos una norma general. En una entrevista posterior a su primera columna, él dice que ha visto unas 20 obras de teatro en toda su vida y de allí sale su fobia. Está bien que no le haya gustado lo que encontró, es una experiencia individual y privada (que desde luego puede hacer pública, si es tanta la falta de tema) pero de ahí uno legítimamente no puede sacar conclusiones generales como decir que "el teatro está muerto". Creo que a partir de esa afirmación es que se justifican las respuestas de teatreros como Rubiano. Las respuestas de este último me parecen proporcionadas e incluso les encuentro más humor e ironía.
En eso estamos, en fin, ¿cuál será el próximo debate? Antes las discusiones parecían durar décadas o incluso el término de una vida humana: cosas como el problema de la raza (de la composición racial, para ser más exactos) en Colombia ocupaban a toda una generación. Ahora los debates nos ocupan unos pocos días y después se archivan. Y que conste que no extraño el pasado.
Saludos,
Pedro Adrián
Pedro Adrián:
ResponderBorrarSuscribo todo lo dicho sobre Abad. Y pensado así, lo del costo-beneficio es muy cierto: publicada en ese momento, la intención era muy clara (por eso es tan desafortunada la segunda columna: porque escondió la mano con que tiró la piedra). Entiendo que le estén recordando tantas otras salidas en falso, como la de Santodomingo -acaso la peor- o la bajada del tren contra la visa española -tren del que se fueron bajando todos poco a poco: García Márquez, Mutis y hasta Vallejo, que estuvo en Barcelona. Alguien dirá: “bueno, estuvo en Catalunya, no en España”, y no habrá cómo decirle que no-.
Comparto lo de la renovación de la pregunta por el papel de los intelectuales en el debate público. Y también estoy de acuerdo con que es deseable que participen, que opinen, que no dejen en manos de los periodistas todo el poder sobre la opinión publicada (que es distinta de la opinión pública). Lo que está pasando con Günter Grass va en esa dirección, lo que quiere decir que es una pregunta vigente.
Pasarán los días y pasará el debate. Y sí: mejor que no ocupe el esfuerzo de toda una generación, pero menos mal que las pifias de nuestros más venerables escritores no pasan desapercibidas.
Saludos,
Pablo
Esto es un "poco viejo", pero cae como anillo al dedo: http://www.razonpublica.com/index.php/cultura/lexic-temas-36/448-los-intelectuales-literarios.html
ResponderBorrarPedro Adrián, Pablo,
ResponderBorrarY esto es nuevo. Caballero comenta: http://www.semana.com/opinion/decir/175495-3.aspx
Un saludo,
Esteban Giraldo
Pedro Adrián, Esteban:
ResponderBorrarMuchas gracias por los enlaces. Sobre el de Camilo Jiménez yo haría solamente una pregunta: ¿Cómo hizo Alejandro Gaviria para meter a Antonio Caballero en el saco de los “profesionales de la carreta” sin meter también a su hermano Pascual?
El de Caballero también me gustó mucho. Y aprovecho para responderte, Esteban, sobre Grass y “El rey está desnudo”: sí, efectivamente Grass es como el niño que se atreve a decir lo obvio: que el rey no lleva nada puesto. Esperemos que el desenlace no sea el mismo que el del cuento de Andersen, que Israel no asuma la actitud del Emperador descubierto: “Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.”
Saludos,
Pablo