El cuerpo ya no se mecía. La soga casi no soportaba el peso muerto. El rigor mortis se había convertido hace días en paisaje, fotografía.
La nota en el escritorio decía: “No se culpe a nadie. Sobre todo no se culpe a Juliana Jaramillo”.
Por supuesto, nadie conocía a Juliana Jaramillo, pero por lo menos había que buscarla.
ESTEBAN GIRALDO.
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