domingo, 27 de marzo de 2011

Necesaria

Los Colores de la Montaña

Carlos César Arbeláez, 2011


Esta historia no es sobre la amistad de tres niños. No es sobre un balón en un potrero minado. No trata de la muerte de un padre ni de la frustración de una profesora tan ingenua como bien intencionada. Por supuesto, todo eso está en la película, pero esta historia trata esencialmente de la debilidad, la injusta debilidad de lo humano ante la violencia. De la ceguera insufrible de la guerra.

Lejos del panfleto, se ancla en el destino de un muchacho de 9 años que aparentemente ajeno padece los rigores del conflicto colombiano. Manuel es su nombre, y suya es la perspectiva de la narración y del director. Desgarradoramente encantador –sí, lo digo así, sin pudor-, él sufrirá la caída del mundo, de-su-mundo, y tendrá el suficiente corazón para no negarnos la generosidad de una esperanza infantil, vital. Julián y Genaro “Poca Luz” lo acompañan, hasta donde les es posible, en su trayectoria de niños, construyendo una relación francamente entrañable. Sus familiares, sus vecinos y su profesora –muertos, desplazados– son un contrapunto determinante. Por ellos, quienes sufren la violencia física de los victimarios, entenderemos la vulnerabilidad de lo humano, la imposibilidad del heroísmo.

Nada de esto sería posible sin la discreción y la sensibilidad de un guionista y director que, aunque primerizo, ha demostrado solvencia ante una historia que exige respeto con sus personajes y con el público. Con Los colores de la montaña –me parece, y más allá de los premios–, ha nacido un director de verdad.

A algunos les parecerá artificiosa, manipuladora, trillada, y comenzarán a citar referentes, vacíos en el guión, defectos en las actuaciones, diálogos forzados, y parecerán complacidos por su buen gusto. Renegarán del tema y del drama –colombianísimos–. Ay, y tendrán parte de razón, pero se habrán perdido la profundidad de la primera película de Carlos César Arbeláez. Una película imperfecta –como todas– pero necesaria y bella –como muy pocas–.

ÓSCAR LACLAU

domingo, 13 de marzo de 2011

Sobre Contrapunto en Medellín


Nunca me han solicitado hacer el comentario de un disco. Tengo pocos amigos músicos, y pocos saben de mis vicios musicales. Vicios para mí solo. Vicios que comparto cuando me preguntan por algo, o cuando sé que a alguien puede gustarle algo que he oído. No me gustan las conversaciones sobre conocimiento musical, historia, bandas o nombres. Mucho menos compartir opiniones musicales o críticas técnicas sobre los últimos discos en el mercado comercial o en el mercado de las rarezas. La razón es simple, yo no sé nada de música. Para mí es tan compleja como el universo, donde solo queda contemplar, mirar “pal cielo”. Y creer.

Hace rato ya, un año o más, José me regaló el DUB? Su-más-reciente-producción-musical, que ya no es tan reciente. Muchas cosas han pasado desde ese día en el parque del poblado hasta hoy: el comentario al DUB? no se ha hecho.

No creo que con esto salde la deuda que tengo con el DUB?, ya que este es un comentario espontáneo y necesario de mi parte. Hablo del track de un disco del cual no se me pidió que dijera nada: MUIN VOL. 2.

Una oficina azul pálido, de un solo espacio, con escritorios formados en U, con viejas maquinas MAC convertidas a PC. El inicio de un verano. El cliqueo de más de 20 “mouses” al mismo tiempo, el tecleo de Escape y Control + Z corrigiendo errores. El ritmo imparable de un plotter. Yo en mi pc-mac mirando una pantalla a reventar de abstractas líneas multicolor, dibujadas en AUTOCAD, enchufado a un Ipod al ritmo de un random inadvertido.

Lo emocionante del random y de mi vicio es que cuando parece que ya todo se ha escuchado, aparece algo que vuelve a dar sentido a todo y volvés a entender por qué lo hacés: Todo se detuvo. Entro en cámara lenta y cada expresión de los personajes en la oficina se vuelve más dramática, cada gesto, cada clic. La música que sonaba en el ipod en ese momento reveló lo que no se veía, congeló por un instante todo y desvistió lo dramático de la escena de esa tarde: lo triste de la vida standard. Cuando logré mirar el nombre del track que salía en la pantalla del reproductor decía: “Contrapunto en Medellín”, Música Inmobiliaria. Volví a mirar y la escena se mantenía.

No sé cómo José construyó el disco, ni qué instrumentos utilizó, ni qué lo influenció. Hablo del disco como experiencia, que es hasta donde llego yo.

JAIME ALEJANDRO CARDONA MÚNERA.

IMAGEN: NOMÁS

domingo, 6 de marzo de 2011

Parque del poblado, un libro de Joni B


Es grato leer textos de lugares a los que uno suele ir. Sí, yo soy un habitante más del Parque del Poblado. Allí (casi siempre entre semana, martes o miércoles o jueves) me entretengo tratando de no pensar en nada, tomándome una cerveza (Costeña), fumándome un cigarrillo (Marlboro rojo).

El autor del libro Parque del poblado tiene un apellido muy difícil de pronunciar y hábitos parecidos a los míos (él prefiere la cerveza Póker o Águila y fuma Royal, pues es un producto nacional, así la Philliph Morris haya comprado a Coltabaco). Además habla con una “r” muy afrancesada, pero nunca ha estado en territorio francés. No le interesa viajar. Como dice en una canción de la banda de punk donde tocamos, Alopecia, cree que el mundo se acabará prontamente y en su afán apocalíptico promulga un planeta regido por la correcta anarquía.

Por eso, y parafraseando a American Splendor (la peli sobre el comic de Harvey Pekar & Joyce Brabner, en la que el personaje principal es también un artista del cómic), cuando conocí a Joni B pensaba que era un chico que odiaba el mundo; la verdad es que un tipo al cual el mundo le importa mucho: es un melancólico. Como en Vallejo, la provocación, el desencanto, la rabia, el humor corrosivo, en Joni B son amor. Así sin más, amor puro. En el Parque del Poblado y en El Parque del Poblado existe una certeza paradójica: recordar la belleza vivida ahí –una chica, unos amigos, un par de borracheras infinitas– y la esperanza de que sí, de que volverá a ocurrir. A propósito, que valga esta perla: “Es un pueblo pequeño güevón, ya me he metido con casi todas las mujeres de mi generación que no se casaron o se largaron de este roto… La probabilidad de conocer a alguien nuevo de nuestra edad es casi nula…” Claro Joni, la frase es doblemente cierta porque se trata de Medellín, y porque ya estás viejo. Siendo consecuente con el viejo Vallejo después de los veinte todo se viene abajo y entrás en la puta vejez.

Tal vez el lector debe estar pensando que esta reseña es una alabanza más al ego de Joni B. Y sí. El libro me gusta. Y advierto que solo doy estos detalles casi minúsculos y de poca importancia, porque el joven Benjumenea basa sus escritos y dibujos en el día a día, en su mirada contemplativa, en sus “salidas de campo”, en sus recorridos como transeúnte de este pueblo chiquito donde habitamos, Medellín. Un pueblito que no crece, no olvida y que puede estar resumido porque tiene de todo en lugares como el Parque del Poblado. Un pueblito que Joni conoce, que siente, que dibuja.

El texto lo pueden conseguir directamente con el autor, en su blog http://podriaserquesi.blogspot.com. Además, allí publica constantemente adelantos y series de cómics.

Brindo por El Parque del Poblado (con una Costeña y un Marlboro rojo).

JOSÉ GALLARDO A.