jueves, 12 de noviembre de 2009

V.

Medellín es un valle.

Un valle es una uvé. “V”. La misma letra con la que empieza la palabra “valle”.

En el vértice un río. En los costados “faldas”, como le decimos en Medellín a las lomas que con dolor en las pantorrillas sufre el que quiere subirlas.

La ciudad nace en el justo centro del río. Nacimiento inundado de sangre y de mierda que la corriente no termina nunca de llevarse hasta el mar.

Y mientras más lejos estés del río más lejos estás de la verdadera ciudad. Y más cerca de la guerra. La guerra –eso creía– viene de la parte de arriba de las montañas. De las comunas. Como el agua que corre después de la lluvia.

Nosotros vivíamos en un barrio cerca al río, cerca del mundo, a distancia prudente de la guerra. Sin embargo, a pocas cuadras, subiendo las faldas, comenzaban a verse los graffitis. “Milicias”. “Fuera sapos”. Siglas que ya no recuerdo. Lejos, muy lejos de mis pasos de niño.

Recuerdo, con terror, cuando los graffitis comenzaron a estar cada vez más cerca. La guerra se despeñaba por las laderas. Recuerdo las amenazas. Las letras “Milicias Urbanas” sobre el blanco de la esquina de mi casa. Y en las noticias bombas. Y en la noche el toque de queda. El desolado habitar de nuestro valle.

La noche que vi el letrero no pude dormir. Sentía botas que recorrían mi calle, mi casa, que llegaban a mi puerta. El eco traía hasta mis oídos ruido de ráfagas. Recuerdo que llovió. Llovió toda la noche. El agua corrió falda abajo.

Al final, y lo peor es que uno termina acostumbrándose, la violencia terminó por arrinconarnos a todos en el vértice, en el río, donde llega todo cuando llueve para ser arrojado a la nada del abandono y el olvido.

El vértice donde nace la uvé con la que comienza la palabra “violencia”, y que está en medio de la “M” de Medellín.

ESTEBAN GIRALDO.
FOTO: EL ESPECTADOR (LUIS BENAVIDES)

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