sábado, 22 de febrero de 2014

Otarios


Islas Ballestas, Perú, enero de 2013


El guía advierte que el mar de agua continúa con un mar de animales. Y, en efecto, la piel verde del mar continúa con la superficie parda de las leonas marinas. Los turistas, tan inteligentes en sus chalecos salvavidas, sobre el bote, no deben confundirse porque la mayoría son leonas. En todo el recorrido apenas alcanzarán a ver –y eso si ponen mucha atención– dos o tres leones marinos machos. Los demás millones que verán, que están tan a la vista –sin ninguna dificultad– son hembras. El turista macho, tan viril en su chaleco salvavidas, sobre el bote, dice qué maravilla ser león marino. La turista hembra, tan sensible en su chaleco salvavidas, sobre el bote, piensa que algo anda mal en la naturaleza. 


El guía explica que la diferencia entre las focas y los leones marinos está en las orejas. Los fócidos, es decir, las focas, no tienen las orejas visibles. Los otarios, es decir, los leones marinos, sí. Uno de los turistas, tan erudito y arrabalero en su chaleco salvavidas, sobre el bote, recuerda que otario es estúpido, crédulo, pendejo, según los tangos. Quisiera comenzar a especular sobre cómo terminó coincidiendo el nombre de una familia de mamíferos marinos con la bobada bonaerense pero la retahíla del guía es una enumeración de maravillas a las que hay que prestar atención. Habla de las líneas de Nazca, de la corriente de Humboldt, del plancton, de las centenares de especies de aves que viven en esa isla, de las centenares de especies marinas que viven en esas aguas, de la maternidad de las leonas marinas, de los delfines que justo se ven allá, cerca de esa roca ferrosa. 

Los turistas, tan abrumados por la belleza en sus chalecos salvavidas, sobre el bote, apenas tienen tiempo de admirar a esos delfines porque los sorprende una medusa gigantesca, de más de tres metros, que pasa cerca, visible y ponzoñoza apenas bajo la superficie. Después, siempre rodeados por esos millares de especies, el bote bordea una de las islas más grandes y el guía comienza a explicar la explotación del guano –que no es menos que el mejor fertilizante del mundo y no más que toneladas y toneladas cagajón de pájaro–. Llegando a un puerto elevadizo, desde donde se alcanzan a ver una cabaña y unas bodegas, el guía advierte que allí vive un único guarda durante los siete años que transcurren entre una explotación y la otra. Los turistas, tan solidarios en sus chalecos salvavidas, sobre el bote, comentan que es dura y peligrosa y triste la vida de ese hombre, en la mitad de tanta mierda que, según el guía, multiplica las cosechas y da de comer a millones y millones de chinos. 

Lo que no saben los turistas, tan conmovidos en sus chalecos salvavidas, sobre el bote, es que ese hombre no vive tan solo. Todas la noches algunas leonas marinas –y son muy cuidadosas en turnarse– le dan cualquier excusa a su macho –que al fin y al cabo es un otario– y se van a visitar al guarda. Ninguno sospecha lo bien que se la pasan, haciéndose compañía. Eso ni el guía lo sabe.

ESTEBAN GIRALDO

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