jueves, 7 de julio de 2011

Es el amor puro. Rosado.




En el primer campo, desenfocado, un antimotín en funciones parte la foto del centro hacia la derecha. Y por negro hace que lo rosado sea más rosado. Al fondo, también desenfocados, dos semáforos que indican vía libre a los policías que corren hacia la turba. Y por verdes y por policías y por turba hacen que lo rosado sea más rosado. El aire, por las luces y el gas lacrimógeno, es rosado. Y la calle, que de tan naranja se vuelve rosada. Y, por supuesto, el beso, que ya es el colmo.

Resulta fácil comparar esta imagen con otros dos besos famosos, con otras dos fotos famosas: Beso de despedida a la guerra y El beso del Hotel de Ville. En la primera, tomada el 15 de agosto de 1945 en Times Square, Victor Morgensen, un oficial de la naval gringa, apresó para siempre el frenesí de alegría que se vivió al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Y de paso capturó el amor. El amor puro. Una enfermera sale a la calle donde pasa un marino sobreviviente. Él la besa. Ella se deja besar porque él-se-lo-merece. Él sigue, triunfal; ella siente que ha cumplido un deber patriótico. Y no es más. Pero ahí está la foto, repitiéndoles todos los días que son una de las parejas más famosas del siglo XX. En la segunda, un par de aspirantes a actores posan para la cámara de Robert Doisneau, el fotógrafo de Vogue que la revista America`s Life había contratado en 1950 para retratar el amor en París. Parecen desprevenidos, parece que acabaran de encontrarse y que fuera inminente la separación; el hotel en el fondo, la gente barrida y los carros pasando son una evidencia más de lo espontáneo y de lo pasajero de ese beso. Y del amor. Aunque sea París, aunque esa imagen sea el equivalente fotográfico de la Marsellesa.

Ambas imágenes muestran más lo que se escamotea que lo que está en la foto. Lo que queremos ver es el amor, no la pareja. La verdad de esas fotografías se funda en nuestra mirada, no en la verdad objetiva de las imágenes. Queremos ver rosado, siempre, aunque sea a blanco y negro, o sepia.

Así que no se entiende toda la tramoya mediática que se armó indagando por la veracidad del beso en Vancouver. ¡Qué importa si esos dos muchachos tirados en el piso –en el rosado– eran novios! ¡Qué importa si se estaban besando en un rapto sensual a lo David Cronenberg, en medio de unos disturbios absurdos, o si simplemente era “respiración boca a boca”! ¡Qué importa si eran apenas unos desconocidos o si el fotógrafo les estaba pagando unos cuantos centavos!

Lo que debería preocuparnos es lo enfático de lo rosado. Lo recargado de la foto en Vancouver. La violencia en el primer plano, el exhibicionismo involuntario de la mujer tirada en el piso, el descontrolado discurrir de la fuerza en el fondo. Comparado con los otros, este amor 2011 es excesivamente barroco, violento, porno.


ESTEBAN GIRALDO
FOTO: RICK LAM, GETTY IMAGES

4 comentarios:

  1. Esteban, soy visitante pasajera del blog, y leo callada tus entradas y las del incorregible Pablo. Tan talentosos los dos, tan osados, con ese tono de adultos en edades tan juveniles. Me gustó mucho este enfoque semiológico del amor en una foto de trifulcas contemporáneas ("los indignados" por la derrota en una final de una competición deportiva cualquiera). Seguiré por aquí atisbando puntos de vista, de este tipo, que disfruto más que tus personalísimos -y extensísimos- relatos de conquistas. Saludos. (ojalá Pablo nos regalara tinta más seguido). Mary

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  2. Tengo un análisis muy preciso: a Esteban le encanta lo rosado; aun recuerdo en una clase de la universidad que salió con el comentario de que: “ la historia era muy rosácea” y ese comentario se me quedó tan impregnado como este escrito, uno más de los escritos bellos de Esteban.

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  3. ¿Rosácea?

    Tere, ¿rosácea? Hm, menudo adjetivo. Horrible. Me imagino que así era la historia que decís que estaba comentando.

    ¿Rosácea? No, no me oigo diciendo semejante perla, semejante rosa.

    En todo caso me he reído mucho con esto que escribiste. Vos sí inventás cada cosa.

    Mary, seguí, seguí pasando por acá. Prometo no incurrir tan seguido en esas conquistas largas e imaginarias. Tan largas como imaginarias. Y que Pablo prometa escribir, volver a escribir algún día.

    Esteban.

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