jueves, 31 de enero de 2013

Qué tal si viajaran turistas


from: Pablo Cuartas
to: Esteban Giraldo Gonzalez
date: Wed, Jan 30, 2013 at 3:00 PM
subject: Balazos a la línea k

Señor:

El Colombiano se supera: siempre puede ser peor. Pero es que esto sí ya es de antología: “Basta pensar en lo demencial del ataque: convertir en blanco una cabina que transporta civiles desprevenidos que regresan o salen de sus casas a sus actividades cotidianas. ¿Qué tal si viajaran turistas en el aparato?”

Y sí, ¿qué tal? Afortunadamente no iban turistas, iban apenas unos “habitantes del sector”. Menos mal...

Yo pensé durante mucho tiempo que se hacían los bobos por conveniencia: ahora pienso que son bobos de verdad. Donde antes veía cinismo, ahora sólo veo simple y llana estupidez.

Yo sé que El Colombiano no se merece nada, Esteban, que eso es una sinvergüenzada. Pero decime qué pensás de esta perla.

Saludos,

Pablo


*


from: Esteban Giraldo Gonzalez
to: Pablo Cuartas
date: Wed, Jan 30, 2013 at 9:29 PM
subject: Re: Balazos a la línea k


Cuartas,

Al cabo de los años hay cosas de las que me doy cuenta y me parecen inconcebibles. Inconcebibles por tiernas y por equivocadas. En mi familia no decimos periódico o diario, para referirnos a un diario o a un periódico decimos El Colombiano (como antes nuestros abuelos, para decir traje o vestido de hombre, decían Everfit). Recuerdo cosas tan simpáticas como a mi papá pidiéndonos que lo dejáramos leer El Colombiano, cuando en realidad estaba leyendo El Tiempo (o me imagino a mi abuela remendando el Everfit que había confeccionado un sastre en el parque de Bello). A fuerza de metonimias los antioqueños reducimos el mundo. El orgullo por lo propio ha hecho que hasta las palabras nos mantengan encerrados en el bendito Valle de Aburrá.        

La pifia de El Colombiano, si se lee con algo de grandilocuencia, no demuestra únicamente la falta de integridad de un medio, sino una característica propia de El Medellinense, del paisa. El mismo orgullo que nos lleva a nombrar el género –los diarios, los vestidos– con la especie que es nuestra –El Colombiano, Everfit–, nos lleva a estar más preocupados por lo que se dice de lo que nos pasa y no por lo que efectivamente pasa. “¿Qué tal si viajaran turistas en el aparato?”, no sólo indica que para quien eso escribe es más valiosa la vida de un extranjero que la de un criollo –lo que ya es despreciar a la vida, a la humanidad en general– sino que está más preocupado por lo que podrían decir esos extranjeros que por el hecho mismo. Bien vista, esa necesidad de mantener una buena imagen no es más que la evidencia palmaria de nuestra pequeñez.

Y me temo mucho que el editorialista de El Colombiano al escribir “turistas” no haya estado pensando en gente de Currumaní, Cesar, o en unos mochileros llegados de Acachilo, pueblo perdido en la provincia de Chuquisaca, Bolivia. Seguramente tenía en mente al estereotipo del gringo o del europeo que se hospeda en “la milla de oro”. O, cuando mucho, a orientales o argentinos de paso, disparando sus Nikon a diestra y siniestra mientras no saben qué hacer con sus chaquetas de North Face en la “eterna primavera”. Así, no solo estaba discriminando hacia adentro sino que, para colmo de la vergüenza, era selectivamente xenofóbico. Parece desvivirse por la opinión de aquellos a quien rinde pleitesía al tiempo que desprecia lo que piensen aquellos a los que sin ningún derecho y sin ningún argumento considera inferiores.

Pablo, y lo peor es que este descache de El Colombiano es casi una anécdota baladí al lado de lo que, por ejemplo, no se cansa de hacer el alcalde de Medellín. No me voy a poner yo a contarte lo que ya sabrás. Copio apenas una parte de la columna que publicó en Semana Juan Diego Restrepo, un periodista que es, además de serio, valiente:

Hace unos días, durante una intervención ante el Congreso estadounidense, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, hizo una alusión a Medellín, afirmando que la ciudad “logró la transformación”, en un intento por mostrarle un ejemplo de desarrollo urbano a los árabes, a quienes les dijo que “deberían aprender” de lo vivido en la capital antioqueña. 

Las afirmaciones de Clinton coincidieron con un homicidio en las calles de la ciudad de un conductor de taxi y de denuncias sobre los cobros extorsivos a los propietarios y conductores de vehículos de servicio público de pasajeros. De inmediato, los periodistas quisieron conocer la opinión del alcalde Aníbal Gaviria Correa sobre la situación de los taxistas y orgulloso por lo que había dicho horas antes la Secretaria de Estado norteamericana sobre la ciudad respondió así a una comunicadora: “Pareciera que usted no ha escuchado las palabras de la señora Hillary Clinton”, y evadió la pregunta. 

Ambas cosas, el editorial y la respuesta del alcalde, son botones del mismo disfraz. (Y podría agregar otro, reciente. ¿Te acordás de la indignación que sintieron los buenos paisas cuando un policía dijo que Bogotá se estaba “medellinizando”?)   

Antes de terminar debo decir que escribo esto con la nostalgia del apóstata, la soberbia del que ya no tiene nada que cuidar y la candidez del que descubre que el mundo es redondo, como-una-naranja. En fin, con la certeza de lo peligrosa que puede ser una ternura equivocada.

Un abrazo,

Esteban

Pd. Cuando estaba leyendo completo el texto del que sacaste la cita que motiva esta cantaleta, me pillé otra perla. Decía que según no sé qué medición de no sé qué empresa El Colombiano era el diario con la línea editorial más imparcial. Te pregunto –y me pregunto– si ese no es el peor de los halagos para una “línea editorial”. Un editorial, en tanto que la opinión del medio, debe tomar partido, debe ser parcializado. Una opinión imparcial es o un oxímoron o una rastrera pusilanimidad. ¿No?


*


from: Pablo Cuartas
to: Esteban Giraldo Gonzalez
date: Thu, Jan 31, 2013 at 6:02 AM
subject: Re: Balazos a la línea k


Esteban:

Anoche antes de dormir, por capricho, releí las últimas páginas de El fuego secreto: un incendio de proporciones que arrasa con Junín y sus alrededores. Y te vas a reír y no me vas a creer que soñé lo mismo: que las llamas devoraban ya no Junín, que sería una lástima, sino el periódico de los antioqueños. Medio recuerdo una frase que oí en la confusión de gritos y sirenas. Era un bombero angustiado que decía: “como hay mucho papel, es más difícil de apagar”.

Ahora me despierto y veo tu respuesta y no sé muy bien qué agregar.

O sí: que no es Bogotá, es Medellín la que se está medellinizando.

Un abrazo,

Pablo

PD: Julio Ramón Ribeyro en Prosas apátridas: “Lo que pierde a los hombres no es tanto sus grandes vicios como sus pequeños defectos. Se puede convivir muy bien con la pereza, la prodigalidad, el tabaco o la lujuria, pero en cambio qué dañinos son las negligencias o los ínfimos descuidos”. Cuánta negligencia, cuánto descuido en El Colombiano...


***


IMAGEN: http://www.flickr.com/photos/rafaeldelosandes/

miércoles, 23 de enero de 2013

El salto



El Hombre está sentado en la cápsula, contemplando la redondez de la Tierra. Por la puerta ve la gran noche universal como un telón cerrado, y la luz de la Tierra que da la vuelta en el horizonte. Y digo bien el Hombre, con mayúscula, porque este hombre es todos los hombres, porque es la humanidad entera la que está cumpliendo un sueño: tener el mundo, la esfera completa, al alcance de la vista. Es el sueño que pintó Vermeer, el del geógrafo tocando la pelota terrestre. Es el sueño del niño que juega con el globo terráqueo, la bola que gira y gira terca sobre su eje. Es, mejor, la mezcla de dos obsesiones que acompañan desde siempre a la humanidad: saber y jugar.

Hijo del saber y del juego, el salto será arduo como una empresa militar y efímero como los rayos. Al volver a la Tierra, varios años de cálculos y averiguaciones serán una anécdota olvidada en el camino que va del techo al piso del mundo. Entonces nada habrá sido más importante que la confirmación, transmitida en tiempo real, de que el Hombre no es inferior a su imaginación, de que todo lo posible termina por volverse necesario. Una vez imaginado el salto de un hombre desde la estratosfera, el salto de un hombre desde la estratosfera se vuelve inevitable. Si el Hombre descubre que puede superar la velocidad del sonido en caída libre, algún hombre sentirá la necesidad de lanzarse en caída libre para superar la velocidad del sonido. No faltarán -no han faltado- quienes busquen y encuentren las aplicaciones del salto que está por suceder. Pero es vano buscar razones más allá de la sinrazón del juego. Pascal dijo que el Hombre sale a hacer la guerra porque es incapaz de quedarse a solas en su cuarto. Habría que preguntarse si además de esa inquietud no hay, simplemente, un acuciante deseo de jugar.

La Tierra es una curva borrosa a cuarenta kilómetros de altura. La distancia, mínima a ras de piso, parece infinita cuando se recorre hacia arriba. Cuarenta kilómetros es lo que hay entre dos pueblos vecinos, familiares, conocidos, pero cuánto nos separan de nosotros mismos cuando los transitamos en sentido vertical. Cuarenta mil metros son un palmo en la inmensidad horizontal de la Tierra, pero qué enigmático se vuelve todo cuando se recorren en elevación.  

El Hombre está parado en la puerta de la cápsula. Entre el ascenso y la caída, dos figuras míticas de envergadura, el Hombre se detiene y mira. Cinco años de estudios y experimentos, y la vida en riesgo de un hombre que vale por todos, están por confirmar que la mejor recompensa para quien sale de la Tierra es poder volver a ella. Y que el regreso es quizás lo que justifica los viajes. Una frase rompe de pronto el silencio universal: “I’m going home now”. Félix Baumgartner, Ícaro, hace el saludo militar y salta. 

PABLO CUARTAS