miércoles, 6 de junio de 2012

Concierto de Natalia Valencia Zuluaga



Lugar: Auditorium Maximum
Fecha: 28/04/2012
Hora: 12:36 aproximadamente
Evento: Acto inaugural del homenaje a John Cage. Concierto con obras de la compositora Natalia Valencia Zuluaga. Orquesta Sinfónica EAFIT. Directora: Cecilia Espinosa A.

Difícil tarea me he propuesto, pero no imposible: poner en palabras mi experiencia en el concierto que más me ha conmovido en lo que va del año. Tomo distancia, le doy una calada a mi cigarrillo, me río de mi posición tan cliché al escribir y continúo.

Lo único que deseo decir sobre John Cage es que tal vez nunca existirá un personaje igual. Para Cage todos los sonidos del mundo eran música. Él mismo lo afirmaba. Cuando los periodistas le preguntaban que si no le molestaba que la gente se riera de sus obras, él respondía: “siempre he preferido la risa al llanto”. Y siempre lo respondía con una inmensa sonrisa. Les recomendaría escucharlo todo, no solo su obra más conocida: 4’33’’; les sugeriría también que leyeran Silence, que miraran todas las entrevistas, performances y demás obras que hizo.

Natalia Valencia Zuluaga es tal vez una de las compositoras más importantes a nivel nacional. Poco célebre, pero ¿qué es la celebridad? Lo leí en un trino de Jodorowsky: “Es ser conocido por los que no te conocen”. Un compositor, un artista, un hacedor de cualquier cosa debe ser reconocido por lo que hace. Natalia Valencia Zuluaga es una compositora incansable, me atrevería a decir que todos los días de su vida los ha dedicado a la música.

Ahora el concierto. Comenzó con un estreno absoluto: 1987. Obra para orquesta, de aliento largo y fuerte, que nace desde el silencio para llegar a un gran estruendo, pasmoso, hasta ominoso, para volver al silencio. 1987 es una pieza rica en expresividad, donde la música se manifiesta –diría John Cage- como “la organización de los sonidos”, y donde se hace visible que el ruido es lo que a uno le parece ruido: un ruido intenso, como el que nos acalla a ratos, el ruido que nos deja la pérdida, el ruido que deja el miedo, pero ruido que puede ser silenciado.

Le siguieron dos cuartetos de cuerda. Miniaturas, una obra en dos partes contrastantes; la primera ligera y precisa, donde se evidencia el interés por crear variaciones rítmicas a partir de una partícula mínima. En la segunda aparecen melodías largas, que permiten mostrar una de las grandes cualidades de los instrumentos de cuerda: cantar melodías. Y luego Cuarteto, de carácter contemplativo, donde el espectador es sumergido en una serie armónica, sugiriendo a ratos influencias del movimiento espectralista francés, pero sin dejar de lado una fuerte intención por hacer crecer una melodía contrapuntística, rica también en variaciones rítmicas.

En un buen concierto ocurre una especie de suspensión, se alcanza una suerte de lejanía que permite la introspección, una extraña intimidad donde uno está y no está en el lugar, donde se cohabita con otros oyentes y comparte órbitas creadas por los sonidos que se expanden y contraen por la sala, donde el tiempo tiene una duración distinta. Este fue el caso.

La última obra que se interpretó fue Solo, una pieza donde el minimalismo es expresado líricamente en el chelo. La pieza tiene un carácter idiomático y expresivo, que remite a estados de profunda concentración; se basa en dos motivos desarrollados a partir de diversas variaciones, principalmente tímbricas, y termina en un clímax sobrio. En toda la obra los armónicos cantan libremente.

De la increíble Natalia Valencia Zuluaga sé que tendremos obras para un buen rato, quizá el tiempo suficiente para que la verdadera celebridad llegue. Por lo pronto esperaré con ansias su próximo concierto y expreso mi gratitud inmensa no solo a su obra, sino a eventos como el homenaje a John Cage liderado por Lucrecia Piedrahita y Wolfgang Guarín. Gracias por permitir que existan más espacios para la música contemporánea en Medellín. Gracias por permitir que este pueblo y este país no sean una tierra sin música.


JOSÉ GALLARDO