sábado, 23 de julio de 2011

Vergonzosa


Todos tus muertos
Carlos Moreno, 2011
A mí me gustaría ser alguien. A mí me gustaría ser importante y tener el poder para titular en El Tiempo, y en el tiempo. Y pondría, en la primera página: “¡VERGONZOSA!”. ¡Vergonzosa!, a propósito de esa película (?), de la que no voy a repetir el nombre.

Pero esos metros y metros de celuloide no valen una sola de las líneas de este blog. Y no es que crea que estas líneas valgan un puñetero centavo –nada de lo escrito acá va a cambiar el mundo–. Peor: ese remedo de audiovisual vale menos que nada.

Vergonzosa. No lo digo por el tratamiento frívolo e indignante que hace de un drama tan brutal como una masacre en un pueblo colombiano. Aunque también. Y ojo: porque a partir de una masacre en Colombia podría salir una comedia delirante, divertida, dura, profunda. Digo vergonzosa, sobre todo, porque ¿dónde está por lo menos el asomo de intentar contar algo de verdad? ¿Dónde está la mínima verosimilitud que le permite a alguien engancharse con un personaje? Con uno, sólo pido con uno. ¿Dónde está el humor negro del que se ufanan en la publicidad? ¿Humor negro? ¡Chistes de latonería y pintura! ¿Qué hace ahí una escena de un polvo? ¿De dos polvos? ¿Qué hacen en esa película los gallos de pelea? ¿Qué hacen en esa película metáforas tan fáciles como la del amarillo de la bandera de Colombia? ¿De dónde salieron muertos vivientes en el Valle del Cauca? ¿Salen del mismo lugar que el monstruo de los mangones de Pura Sangre? Vergonzosa. Lo digo también por la misoginia, que de eso sí hay en esta joya. El mensaje es este, señoritas: no se vayan a vivir con un campesino feo y bizco; eso las hace las más putas del pueblo, sobre todo si son bonitas. ¡Y el remate! ¡El remate! Esa cursilería: el reparto y el equipo técnico inclinándose, como en una obra de teatro… como pidiendo perdón. Y no sigo. Ya dije: no vale la pena.

Inútil buscar referencias en la historia del cine. Que no comparen eso con Río de las tumbas de Luzardo. Este pedazo de nada sólo es comparable con el peor capítulo de Sábados Felices y con la mejor película de Dago García. Y que me perdonen los señores de Sábados Felices. Y que no me perdone ese señor García, que tanto mal le ha hecho y le sigue haciendo al cine de este país.

Vendrán a decir que hacer un largometraje en Colombia ya es meritorio, por el solo hecho de hacerlo. Y a los que vengan con eso les voy a gritar que no me vengan más con estupideces. Tanto trabajo que cuesta hacer una película, tanta plata, tanta gente, y salir con una estafa. Si yo fuera el director de eso me daría vergüenza darle la cara al mundo; empezando con el protagonista, Álvaro Rodríguez, quien a pesar de su talento no pudo hacer nada para salvar lo que desde el guión no era más que naufragio; siguiendo con Edson Velandia, que va la madre si no está arrepentido por haber autorizado que esa canción suya tan bonita, La montaña, quedara ahí, cortada a las patadas en el momento menos lamentable de toda la cinta; siguiendo con Diego Jiménez, el director de fotografía, a quien se le nota oficio; y terminando por el público… casi escribo: que ojalá sea escaso; pero eso sería tan mezquino como mala la película.


Yo quisiera creer que Carlos Moreno solo ha hecho una pelicula: Perro come perro. Pero hizo esta vergüenza. Y no me lo creo.


OSCAR LACLAU

jueves, 7 de julio de 2011

Es el amor puro. Rosado.




En el primer campo, desenfocado, un antimotín en funciones parte la foto del centro hacia la derecha. Y por negro hace que lo rosado sea más rosado. Al fondo, también desenfocados, dos semáforos que indican vía libre a los policías que corren hacia la turba. Y por verdes y por policías y por turba hacen que lo rosado sea más rosado. El aire, por las luces y el gas lacrimógeno, es rosado. Y la calle, que de tan naranja se vuelve rosada. Y, por supuesto, el beso, que ya es el colmo.

Resulta fácil comparar esta imagen con otros dos besos famosos, con otras dos fotos famosas: Beso de despedida a la guerra y El beso del Hotel de Ville. En la primera, tomada el 15 de agosto de 1945 en Times Square, Victor Morgensen, un oficial de la naval gringa, apresó para siempre el frenesí de alegría que se vivió al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Y de paso capturó el amor. El amor puro. Una enfermera sale a la calle donde pasa un marino sobreviviente. Él la besa. Ella se deja besar porque él-se-lo-merece. Él sigue, triunfal; ella siente que ha cumplido un deber patriótico. Y no es más. Pero ahí está la foto, repitiéndoles todos los días que son una de las parejas más famosas del siglo XX. En la segunda, un par de aspirantes a actores posan para la cámara de Robert Doisneau, el fotógrafo de Vogue que la revista America`s Life había contratado en 1950 para retratar el amor en París. Parecen desprevenidos, parece que acabaran de encontrarse y que fuera inminente la separación; el hotel en el fondo, la gente barrida y los carros pasando son una evidencia más de lo espontáneo y de lo pasajero de ese beso. Y del amor. Aunque sea París, aunque esa imagen sea el equivalente fotográfico de la Marsellesa.

Ambas imágenes muestran más lo que se escamotea que lo que está en la foto. Lo que queremos ver es el amor, no la pareja. La verdad de esas fotografías se funda en nuestra mirada, no en la verdad objetiva de las imágenes. Queremos ver rosado, siempre, aunque sea a blanco y negro, o sepia.

Así que no se entiende toda la tramoya mediática que se armó indagando por la veracidad del beso en Vancouver. ¡Qué importa si esos dos muchachos tirados en el piso –en el rosado– eran novios! ¡Qué importa si se estaban besando en un rapto sensual a lo David Cronenberg, en medio de unos disturbios absurdos, o si simplemente era “respiración boca a boca”! ¡Qué importa si eran apenas unos desconocidos o si el fotógrafo les estaba pagando unos cuantos centavos!

Lo que debería preocuparnos es lo enfático de lo rosado. Lo recargado de la foto en Vancouver. La violencia en el primer plano, el exhibicionismo involuntario de la mujer tirada en el piso, el descontrolado discurrir de la fuerza en el fondo. Comparado con los otros, este amor 2011 es excesivamente barroco, violento, porno.


ESTEBAN GIRALDO
FOTO: RICK LAM, GETTY IMAGES