Transcribimos, sin permiso del autor, las palabras pronunciadas en el lanzamiento de su primer y único libro.
Buenas noches.
Cuando uno piensa en el libro que no ha escrito, y que desea, a veces cree –a veces se lo cree con delirio rastrero– que puede escribir un buen libro. Ni siquiera una obra maestra o un volumen con vocación de clásico. Nada de eso porque, por supuesto, el delirio no es tanto: a uno le basta con que alcance a ser literatura. Pero siéntese pues a escribirlo.
La lucha es una lucha sindical. Pida el triple a ver si de golpe recibe la mitad de lo que buscaba. Pídase el triple de lo que puede dar. Y sepa que es tres veces más incapaz de lo que creía. Y sin embargo persista. Todavía sigue ahí ese libro bueno que usted quería escribir. Créase Raymond Carver, Quim Monzó, Michel Houellebecq, Clarice Lispector, ay, créase Julio Cortázar. Y dese cuenta de que no es más que usted mismo. Usted es un disparate. Toda la historia del hombre y de la literatura, “de Homero a Lugones” –como dice el tango–, y uno ahí, peleando con la patronal. Y no se trata de propiamente de violencia, se trata de desprecio –que es una violencia todavía más mortal–. Basta leer algún párrafo de algún Capo-Recapo y contrastarlo con alguno de los que usted acaba de escribir para sentir ese desprecio. Hondo, duro. Lo suyo es tan de cuchillerito de baja estofa que da risa. Sin embargo no hay que ponerse a llorar, no se queje, nadie lo mandó a escribir. Y está bien que se sienta mal. Ellos, los capos, también se sintieron así, al principio. En eso sois hermanos. Luego será nuevamente la rabia. El dolor de cada palabra, de cada coma, de cada punto. Porque sí, físicamente duele. Cansa como la maratón. Y si después de todo sigue estando ahí el buen libro que usted quería escribir –y que todavía no ha escrito–, no le quedará otra que continuar, como un autómata, fatal, desvergonzadamente. Y en eso, ojo, se le puede ir la vida.
Llegado el momento es bueno que se rinda. Entregue las banderas, renuncie a sus pretensiones proletarias, firme un armisticio donde todas las cláusulas sean en su contra, declárese culpable, acepte sin réplica su condena de muerte y al final muérase, porque lo ha dejado todo en el papel. Su epitafio será esta pequeña maravilla de 90 páginas. Un libro. A la larga ya no tiene nada que perder. Y no importa que no sea el buen libro que a usted le hubiera gustado escribir, a condición de que sea lo mejor que pudo hacer. Ya ese libro bueno vendrá –o no vendrá– cuando el cuerpo esté listo para otra lucha, para otra batalla. La guerra, compañerito, apenas comienza.
Mientras tanto, haga lo que le decía Kavafis a Antonio: resígnese y sea digno de usted mismo.
Cuando de pronto a medianoche escuches
pasar el invisible tropel
-con admirables músicas y voces-
no lamentes tu suerte, tus obras
que fracasaron, las ilusiones
de una vida que llorarías en vano.
Como dispuesto desde hace tiempo, como valiente
despídete de Alejandría que se aleja.
No te engañes, nunca digas
que fue un sueño, que tus oídos te confunden.
En tan vanas esperanzas no caigas.
Como dispuesto desde hace tiempo, como valiente
como quien fue digno de tal ciudad
acércate a la ventana
y escucha con emoción
no con las quejas y súplicas de los cobardes
la música exquisita de ese tropel divino
y goza por última vez sus sones
y despídete, despídete de la Alejandría que pierdes.
Muchas gracias.
No me queda más que agradecer a mis papás, a quienes está dedicado el libro. A Carlos Gaviria y a Marielita de Hombre Nuevo Editores, por la paciencia. A Susana Aristizábal, por su buen gusto. A José Gallardo, que es Música Inmobiliaria, por su generosidad. A la Alcaldía de Medellín y a la Secretaría de Cultura Ciudadana, por haber cometido la irresponsabilidad de encargarme este libro; les cabe aquella frase de Víctor Hugo, nada menos que en Los Miserables: "Mantenerse en un error austero es una equivocación que respira grandeza". A todos ustedes por estar acá. A los que aun queriendo no pudieron llegar. Esto justifica mi vida.
Esteban Giraldo González
Medellín, 10 de septiembre de 2010.
IMAGEN: FERNANDO VICENTE.